Hoy extraño Buenos Aires. Y ya.
viernes, 30 de mayo de 2008
jueves, 29 de mayo de 2008
En busca del dentífrico perdido
Algunos ya saben la terrible situación que está sufriendo el consumidor que vive dentro de mí. Es raro que yo tenga una fidelidad absoluta a una marca. No me importa qué shampoo haya en mi baño. Si descontinúan el desodorante que uso, no importa; le doy la oportunidad a otro y listo. De hecho es muy frecuente que desaparezcan los productos que comienzan a causar un hábito en mí. Pero sucede que hace varios años, bajo las mismas leyes azarosas por las que utilizo distintas marcas de shampoo, llegó a mí una pasta de dientes de la cual quedé prendado incondicionalmente: Colgate Frescura Confiable.
Antes de eso, en verdad me daba lo mismo con qué me lavara los dientes, pero esta pasta cambió por completo mi forma de ver el ritual de la higiene dental. Dejó de ser un acto rutinario y se convirtió en un momento de auténtico placer, que además se puede experimentar ¡tres veces al día! Todo era perfecto; el producto era muy publicitado (lo recordarán por la carismática boca que le servía de estandarte) y todo indicaba que tendría una vida eterna. Nada me podía separar de mi querida y verdosa pasta.
El día llegó en que todo se tornó gris y esa felicidad llegó a su fin. La boca y su carisma desaparecieron recientemente de los anaqueles. Al principio no me pareció tan grave. Lo más lógico era pensar que hubieran cambiado el nombre de la pasta. Así como las Quesabritas se volvieron Cheetos y las Pizzerolas fueron acogidas por Doritos, probablemente mi querido dentífrico había sido absorbido por una línea más extensa de Colgate. Hay una Colgate Total de color verde, cuyo subtítulo incluye la palabra "fresca". Creí haber encontrado la salvación en esta pasta, pero la verdad es que sabe muy diferente y sólo podría describirse como "una pasta más".
Estoy perdiendo la esperanza. He buscado en tres cadenas distintas de autoservicio y no hay señal de Frescura Confiable. ¿Qué puedo hacer para que regrese? Sé que existía en muchos lugares del mundo. Tal vez puedo ir a Argentina a abastecerme de pasta. Algo debo poder hacer.
Hace un par de horas le platiqué el caso a Paco (mi jefe) y me dijo "el respeto al complejo ajeno es la paz". No conocía esa reinterpretación de la frase, pero aplica muy bien. Así que, Señor John von Colgate, apiádese de mí y devuelva esa paz a mi vida respetando mi complejo. Estoy seguro de que no soy el único atrapado en esta situación. Lavarme los dientes se ha convertido otra vez en un insípido rito post-alimentario y tal vez usted es el único que puede hacer algo al respecto.
lunes, 26 de mayo de 2008
El bonito recurso ochentero
Como preparación para poder observar objetivamente la nueva película de Indiana Jones, hace poco más de una semana me junté con unos amigos a ver las tres primeras entregas de las aventuras del entonces más joven -ahora anciano- Henry Jones Jr. Mientras veíamos The Temple of Doom, segunda en la serie (aunque dicen por ahí que cronológicamente sucede antes que la primera), invadió mis ojos y mi mente un elemento muy frecuente en los contenidos mediáticos de los 80, que actualmente tiende a la extinción: la lava.
¿A dónde se fue la lava? Ya no se ve tanta lava en las películas como antes. Cuando yo era un pequeño infante engendro de los 80, esa forma líquida del magma estaba por doquier. Cuando saltaba de sillón en sillón imaginándome cualquier juego fantástico, los sillones no estaban posados sobre alfombra, sino flotando en lava hirviendo. Caer implicaba una muerte terrible y dolorosa.
En la mayoría de los juegos de video ochenteros y muchos noventeros, la lava era un recurso muy común. ¿Cómo olvidar la pixelada cara de Mario al quemarse el culo en alguno de los abundantes pozos de lava que Bowser tenía en sus múltiples castillos en cada juego de Super Mario Bros.?
He de confesar que extraño la lava. Le añadía tensión a los momentos críticos en las caricaturas y películas. Supongo que se agotó el recurso. No digo que se haya erradicado por completo la lava. Incluso hay grandes producciones que siguen aprovechándola, como el episodio III de Star Wars, cuya escena climática presenta una copiosa dosis de lava.
Mientras no mueran por completo estos recursos, me queda la esperanza de que vuelvan. Está bien que los dejen descansar por un rato, para luego traerlos de vuelta cuando nadie los espera. Un claro ejemplo de esto es la arena movediza. ¿Qué tal esa treta tan temible de la naturaleza? Es otro clarísimo recurso ochentero que todos recordamos haber visto en repetidas ocasiones. Esto me lleva de vuelta a Indiana Jones...
SPOILER WARNING: Las siguientes líneas no son recomendables para aquéllos que no hayan visto Indiana Jones and the Kingdom of the Crystal Skull y pretendan hacerlo.
Ayer vi la nueva película de Indiana Jones ¡y tiene arenas movedizas! Me emocionó por un momento volver a ver eso que ya estaba perdiéndose en la memoria de décadas pasadas. ¿Pero qué hay con el resto de la película?
Considero que, sabiendo a lo que se va, es una película muy disfrutable. La historia está bien construida (es ligeramente más compleja que las primeras tres, para satisfacer al exigente público de hoy en día), los efectos están bien aprovechados en general. Uno de mis grandes temores era ver a un lamentable y viejo Harrison Ford tratando de hacerse pasar por joven y ágil. Afortunadamente, la edad se utiliza como un atinado recurso para contar la historia. Lo más polémico de la película es que todo gira alrededor del extraterrestre que supuestamente tiene escondido el gobierno estadounidense en Area 51 y su relación con la sabiduría de los pueblos nativos de América. Así es: INDY GOES ALIEN. Suena arriesgado, lo sé. Pero la verdad es que, partiendo de que es una película perteneciente a la franquicia de Indiana Jones, es normal esperar ciertas exageraciones "místicas". A mi humilde parecer, sólo habría que quitarle el detalle del platillo volador -give me a break- porque fuera de eso, una muy entretenida aventura para el ya cascado explorador/profesor.
Por cierto, ¿cómo es que Indiana Jones tiene un trabajo fijo como profesor de Universidad y a la vez hace unos viajes de meses para meterse en problemas y buscar objetos perdidos? ¿Sus alumnos no se quejan de la inconstancia e irresponsabilidad de su profesor? ¿O más bien inscriben la materia con él porque ya saben que falta la mitad del curso? Si algún día me encuentro a George Lucas o a Steven Spielberg, les pediré una explicación al respecto.
Por lo pronto, voy a empezar a hacer playeras y pancartas con la leyenda "REMEMBER THE LAVA".
¿A dónde se fue la lava? Ya no se ve tanta lava en las películas como antes. Cuando yo era un pequeño infante engendro de los 80, esa forma líquida del magma estaba por doquier. Cuando saltaba de sillón en sillón imaginándome cualquier juego fantástico, los sillones no estaban posados sobre alfombra, sino flotando en lava hirviendo. Caer implicaba una muerte terrible y dolorosa.
En la mayoría de los juegos de video ochenteros y muchos noventeros, la lava era un recurso muy común. ¿Cómo olvidar la pixelada cara de Mario al quemarse el culo en alguno de los abundantes pozos de lava que Bowser tenía en sus múltiples castillos en cada juego de Super Mario Bros.?
He de confesar que extraño la lava. Le añadía tensión a los momentos críticos en las caricaturas y películas. Supongo que se agotó el recurso. No digo que se haya erradicado por completo la lava. Incluso hay grandes producciones que siguen aprovechándola, como el episodio III de Star Wars, cuya escena climática presenta una copiosa dosis de lava.
Mientras no mueran por completo estos recursos, me queda la esperanza de que vuelvan. Está bien que los dejen descansar por un rato, para luego traerlos de vuelta cuando nadie los espera. Un claro ejemplo de esto es la arena movediza. ¿Qué tal esa treta tan temible de la naturaleza? Es otro clarísimo recurso ochentero que todos recordamos haber visto en repetidas ocasiones. Esto me lleva de vuelta a Indiana Jones...
SPOILER WARNING: Las siguientes líneas no son recomendables para aquéllos que no hayan visto Indiana Jones and the Kingdom of the Crystal Skull y pretendan hacerlo.
Ayer vi la nueva película de Indiana Jones ¡y tiene arenas movedizas! Me emocionó por un momento volver a ver eso que ya estaba perdiéndose en la memoria de décadas pasadas. ¿Pero qué hay con el resto de la película?
Considero que, sabiendo a lo que se va, es una película muy disfrutable. La historia está bien construida (es ligeramente más compleja que las primeras tres, para satisfacer al exigente público de hoy en día), los efectos están bien aprovechados en general. Uno de mis grandes temores era ver a un lamentable y viejo Harrison Ford tratando de hacerse pasar por joven y ágil. Afortunadamente, la edad se utiliza como un atinado recurso para contar la historia. Lo más polémico de la película es que todo gira alrededor del extraterrestre que supuestamente tiene escondido el gobierno estadounidense en Area 51 y su relación con la sabiduría de los pueblos nativos de América. Así es: INDY GOES ALIEN. Suena arriesgado, lo sé. Pero la verdad es que, partiendo de que es una película perteneciente a la franquicia de Indiana Jones, es normal esperar ciertas exageraciones "místicas". A mi humilde parecer, sólo habría que quitarle el detalle del platillo volador -give me a break- porque fuera de eso, una muy entretenida aventura para el ya cascado explorador/profesor.
Por cierto, ¿cómo es que Indiana Jones tiene un trabajo fijo como profesor de Universidad y a la vez hace unos viajes de meses para meterse en problemas y buscar objetos perdidos? ¿Sus alumnos no se quejan de la inconstancia e irresponsabilidad de su profesor? ¿O más bien inscriben la materia con él porque ya saben que falta la mitad del curso? Si algún día me encuentro a George Lucas o a Steven Spielberg, les pediré una explicación al respecto.
Por lo pronto, voy a empezar a hacer playeras y pancartas con la leyenda "REMEMBER THE LAVA".
jueves, 22 de mayo de 2008
Un salto sorpresivo (citando a Mufasa)
Mucho se ha comentado sobre el disco en el que Scarlett Johansson hace tributo a Tom Waits. Algunas revistas y sitios de autoridad lo aclaman, mientras que otros tantos medios lo destrozan. Era de esperarse que una combinación así generara un debate tan polarizado, porque cuando las diferentes disciplinas del showbiz se entrelazan, las opiniones tienden a ser poco objetivas.
Cuando leí hace algunos meses que Scarlett Johansson estaba próxima a lanzar su álbum, pensé en el panorama. ¿Cuántas actrices hemos visto dar ese salto con el mismo resultado? Ya visualizaba yo a Scarlett haciendo de su carrera una piltrafa al más puro estilo de Lindsay Lohan, sólo que en este caso estamos hablando de una actriz mucho más rescatable que la drunk n' junkie redhead.
Después de tener muy nítida en mi cabeza esa lamentable imagen de la inminente caída de una actriz, continué leyendo y me sorprendí al enterarme de que las canciones del disco serían covers de Tom Waits. La recién formada imagen se perdió para convertirse en una curiosidad enorme. Nadie se atrevería a interpretar piezas de semejante leyenda, sin estar convencido de lograr un resultado decoroso. Proseguí con la lectura, para unos segundos después saber que Tom Waits ya había escuchado grabaciones rudimentarias de las versiones de Scarlett y había quedado muy satisfecho. No sé quién haya escrito eso que leí, pero definitivamente me dejó muy al pendiente del resultado.
Pasó el tiempo y el disco conoció el mundo. Mi primera impresión fue muy satisfactoria, y cada sesión de escucha subsecuente ha resultado aun mejor. Scarlett Johansson hace un verdadero y respetuoso tributo a las canciones que interpreta. En vez de hacer una construcción falsa de vocales estridentes (como otras actrices/cantantes lo han hecho), la voz en este álbum es un sutil componente de cada pieza, limitándose a aportar la melodía y alejándose por completo del protagonismo egocéntrico. Agreguémosle a David Bowie a cargo de las backup vocals en uno de los tracks, y tenemos algo digno de unos minutos de nuestra atención.
Algunos podrían creer que la tirada del disco sería colgarse de la fama de Scarlett para que la gente se predisponga a escuchar algo agradable. Yo considero que el proceso es en sentido totalmente contrario. Al menos en mi caso así es. El disco presenta un ambiente con una vibra tan sorpresiva (con un estilo muy The Jesus and Mary Chain), que termina edificando con ladrillos muy positivos sobre la imagen de la actriz.
Y es que un disco debe escucharse y valorarse por lo que presenta auditivamente. Es un error juzgarlo a la luz de la opinión que tenemos del autor o intérprete. Estoy seguro de que muchos cometen este error en este caso. Definitivamente Scarlett no hizo lo que esperaban los seguidores de E! news y de People. Aquí me veo en la necesidad de citar los comentarios de Moni Klein, a quien no he visto en años pero sin duda es la persona que más me habla en Messenger durante los días laborales. Ella odia a Scarlett Johansson; su opinión sobre ella radica en que es una mujer falsa que siempre interpreta el mismo papel y con poca habilidad. Moni aborrece el disco y su principal razón es que no le cree esa faceta cool a Scarlett. Ése es justamente el error al que me refiero; se está juzgando una obra por elementos ajenos a ella. Desde entonces, Moni me hace llegar cada reseña negativa que encuentra sobre el disco.
Insisto en que es normal que suceda esto. Si alguien empieza su camino a la fama como actriz Hollywoodense y de pronto salta hacia el ámbito musical con un disco poco convencional, lo más probable es que encontremos decepción en muchas caras. Pero finalmente, ¿qué importa? Lo ideal es que cada uno le dé la oportunidad al disco y juzgue por sí mismo de la manera más objetiva posible, como una obra aislada del contexto personal de la intérprete.
Para mí, éste fue un paso muy acertado para Scarlett Johansson. Se expuso al mundo de una nueva forma con una buena reinterpretación de Tom Waits, que resultó en una muy decente pieza de música Indie (whatever the hell that means nowadays).
lunes, 19 de mayo de 2008
Contra las enseñanzas inútiles
Se supone que el sistema educativo se va depurando con el tiempo. Es obvio; teorías van, teorías vienen, lo que fue deja de ser y se convierte en "pudo haber sido tal vez". Qué bueno que pase eso. Incluso me parece un poco fascinante que el conocimiento se vaya refinando, dejando sólo lo que de verdad importa. Pero bueno, insisto: se supone que existe esta depuración. Este fin de semana me di cuenta de cuan erróneo es suponer eso.
El otro día se armó una especie de maratón de películas tontas en casa del buen Tony. Mientras veíamos Billy Madison (indiscutible referente del cine estúpido de calidad, género del cual me considero adepto), fui remitido a un momento clave de la educación preescolar que inmediatamente provocó en mí la interrogante que me lleva a cuestionar la evolución del sistema educativo: ¿por qué demonios siguen enseñando a escribir en letra cursiva (o manuscrita)? No sólo es un tema que se enseña en casi todas las escuelas, sino que toda la educación que se imparte a los infantes durante aproximadamente tres años, ¡gira en torno a la escritura cursiva!
Esos valiosos años previos a aprender historia, geografía, matemáticas, etc. podrían utilizarse en cosas mucho más provechosas que en aprender a hacer unos garabatos que nadie vuelve a usar jamás en la vida. Bueno, existen algunos pocos que se empeñan por un rato en seguir utilizándola. El 90% de estas personas hacen unos rayones espantosos y nadie entiende lo que escriben (necios, escriban normal). El 10% restante son doctores y la verdad es que tampoco se entiende lo que escriben.
Propongo, por el bien de las futuras generaciones, hacer una protesta en contra de la letra cursiva. Obviamente muchos tradicionalistas la defenderán. De hecho, muchos años estuve orgulloso de mi pericia para utilizarla. Pero la verdad es que no sirve de mucho. Podrían existir cursos extraescolares para los niños cuyos padres se empeñen en que aprendan ese arcaico arte, y así dejar los años preescolares para temas que de verdad aporten algo útil y significativo para la vida.
¿Quién se une a la cruzada?
El otro día se armó una especie de maratón de películas tontas en casa del buen Tony. Mientras veíamos Billy Madison (indiscutible referente del cine estúpido de calidad, género del cual me considero adepto), fui remitido a un momento clave de la educación preescolar que inmediatamente provocó en mí la interrogante que me lleva a cuestionar la evolución del sistema educativo: ¿por qué demonios siguen enseñando a escribir en letra cursiva (o manuscrita)? No sólo es un tema que se enseña en casi todas las escuelas, sino que toda la educación que se imparte a los infantes durante aproximadamente tres años, ¡gira en torno a la escritura cursiva!
Esos valiosos años previos a aprender historia, geografía, matemáticas, etc. podrían utilizarse en cosas mucho más provechosas que en aprender a hacer unos garabatos que nadie vuelve a usar jamás en la vida. Bueno, existen algunos pocos que se empeñan por un rato en seguir utilizándola. El 90% de estas personas hacen unos rayones espantosos y nadie entiende lo que escriben (necios, escriban normal). El 10% restante son doctores y la verdad es que tampoco se entiende lo que escriben.
Propongo, por el bien de las futuras generaciones, hacer una protesta en contra de la letra cursiva. Obviamente muchos tradicionalistas la defenderán. De hecho, muchos años estuve orgulloso de mi pericia para utilizarla. Pero la verdad es que no sirve de mucho. Podrían existir cursos extraescolares para los niños cuyos padres se empeñen en que aprendan ese arcaico arte, y así dejar los años preescolares para temas que de verdad aporten algo útil y significativo para la vida.
¿Quién se une a la cruzada?
viernes, 16 de mayo de 2008
My speech impediment
Seinfeld se ha convertido en una práctica guía para la vida posmoderna. Al menos en mi caso, así es. Tiene explicaciones a muchos de los misterios menores de la existencia. De hecho, puedo asegurar que en Seinfeld se pueden encontrar muchas más respuestas que en cualquier libro sagrado de cualquier religión. ¿Para qué buscar soluciones indefinidas a cuestiones intangibles, cuando puedes tener una respuesta lógica y concreta a un aspecto de la vida cotidiana? Es por eso que yo me considero Seinfeldista.
Entre la sabiduría que Seinfeld nos ha dejado, se encuentra una larga lista de términos prácticos para definir ciertas situaciones. Entre ellos está el ya famoso "low talker". Quiero hablar de ese término, que me queda como anillo al dedo. Definamos...
Low-talker.- (Adj.) Dícese de una persona cuyo volumen de voz carece de decibeles suficientes para ser escuchado en cualquier circunstancia de sonido ambiente.
Todos los que me conocen saben que hablo muy bajito. Siempre he sido así y no puedo hacer mucho al respecto. Digo mucho, porque en realidad sí puedo hacer algo. El instinto de supervivencia me ha obligado a desarrollar la habilidad de, en ciertas circunstancias, poder hablar más fuerte. Un ejemplo rápido que me viene a la mente es "¡¡¡No hay papel!!!". Ese tipo de situaciones obligan a modular un poco la voz. Sé que existen low-talkers que han aprendido a modular su voz por completo, porque su línea de trabajo los ha orillado a hacerlo. Principalmente son oradores. Esas personas han desarrollado una voz completamente distinta a su voz original, para poder hablar en público sin micrófono y sin problemas.
En secundaria, el profesor Ramos Pluma me tenía que preguntar varias veces mi apellido para registrar mi participación en su clase, porque al parecer mi volumen de voz no era suficiente para él -you, deaf motherfucker- y algunos años después la maestra de psicología Norma Lizette Chávez (nombresazo) me dijo que tenía que aprender a modular mi voz (ella fue la que me contó sobre esa habilidad mutante).
Ayer, estaba en los mezcales -no puede ser que mis dos primeros posts sean en la misma semana y traten sobre algo que se me reveló en la mezcalería, shame on me- platicando con Caroline mientras esperábamos a algunas personas, de las cuales finalmente sólo llegó Marimar. Justamente estábamos hablando sobre los low-talkers, y tuvimos dos epifanías, las cuales enlisto a continuación:
a) Un low-talker tiene cierta dificultad para identificar a otro low-talker. Resulta que Caro también es reconocida por la sociedad como una low-talker. Yo jamás lo hubiera pensado; según yo habla con un volumen bastante normal, pero tal vez eso creo porque mis estándares están basados en mi propio nivel de voz. Además, tocar batería ha ido desgastando mi oído poco a poco, por lo que no me considero autoridad en absoluto para dictaminar quién habla bajo y quién no. De la misma manera, ella tampoco me considera un low-talker a mí, cuando a lo largo de mis 24 años de vida se me ha dicho en repetidas ocasiones que tengo que hablar más alto para ser entendido. ¿Será que los low-talkers no puede identificarse entre sí? Puede ser eso, o que simplemente yo escucho muy mal y Caro tiene oído biónico.
Ese tema condujo a otro dentro del mismo rubro auditivo (se tardó años en llegar Marimar). A todos nos ha pasado que alguien dice algo que no entendemos, pero unos segundos después comprendemos, sin la necesidad de que nos lo repitan. Por ejemplo:
Juan: Pásame los apios.
Pepe: ¿Qué? (pasan dos o tres segundos) Ah.
Y así, Pepe le pasa los apios a Juan. Es un fenómeno de lo más extraño y misterioso. ¿El sonido se tarda más en llegar a veces? Definitivamente no; ésa sería una hipótesis de lo más estúpida. Lo cual me lleva a la epifanía b).
b) Existe la flojera involuntaria. Es un hecho que el oído no se puede cerrar, como los ojos. Los estímulos auditivos no se pueden evitar tan fácilmente como los de los otros sentidos. Si tienes flojera de hacer algo que tenga que ver con cualquier sentido que no sea el oído, puedes evitar hacerlo. Tengo flojera de ver algo, cierro los ojos. No quiero oler algo, me aguanto un poco sin aspirar y listo. Pero nunca puedo tener flojera de oír.
O al menos eso creía hasta ayer. Es la única explicación al misterioso fenómeno del sonido que se entiende tarde. En ese momento, nos ataca la flojera involuntaria. En el fondo, no estábamos tan interesados en escuchar lo que nos dijeron. Eventualmente llegó, porque no se puede evitar, pero nos dio flojera involuntaria oír y entender desde el principio. No importa que nuestro "deber ser" quisiera escuchar por decencia. La flojera involuntaria manda.
Sólo puedo concluir que estoy jodido: soy un low-talker, que no escucha bien y que con frecuencia sufre de flojera involuntaria. Espero que eso no empeore con los años.
Entre la sabiduría que Seinfeld nos ha dejado, se encuentra una larga lista de términos prácticos para definir ciertas situaciones. Entre ellos está el ya famoso "low talker". Quiero hablar de ese término, que me queda como anillo al dedo. Definamos...
Low-talker.- (Adj.) Dícese de una persona cuyo volumen de voz carece de decibeles suficientes para ser escuchado en cualquier circunstancia de sonido ambiente.
Todos los que me conocen saben que hablo muy bajito. Siempre he sido así y no puedo hacer mucho al respecto. Digo mucho, porque en realidad sí puedo hacer algo. El instinto de supervivencia me ha obligado a desarrollar la habilidad de, en ciertas circunstancias, poder hablar más fuerte. Un ejemplo rápido que me viene a la mente es "¡¡¡No hay papel!!!". Ese tipo de situaciones obligan a modular un poco la voz. Sé que existen low-talkers que han aprendido a modular su voz por completo, porque su línea de trabajo los ha orillado a hacerlo. Principalmente son oradores. Esas personas han desarrollado una voz completamente distinta a su voz original, para poder hablar en público sin micrófono y sin problemas.
En secundaria, el profesor Ramos Pluma me tenía que preguntar varias veces mi apellido para registrar mi participación en su clase, porque al parecer mi volumen de voz no era suficiente para él -you, deaf motherfucker- y algunos años después la maestra de psicología Norma Lizette Chávez (nombresazo) me dijo que tenía que aprender a modular mi voz (ella fue la que me contó sobre esa habilidad mutante).
Ayer, estaba en los mezcales -no puede ser que mis dos primeros posts sean en la misma semana y traten sobre algo que se me reveló en la mezcalería, shame on me- platicando con Caroline mientras esperábamos a algunas personas, de las cuales finalmente sólo llegó Marimar. Justamente estábamos hablando sobre los low-talkers, y tuvimos dos epifanías, las cuales enlisto a continuación:
a) Un low-talker tiene cierta dificultad para identificar a otro low-talker. Resulta que Caro también es reconocida por la sociedad como una low-talker. Yo jamás lo hubiera pensado; según yo habla con un volumen bastante normal, pero tal vez eso creo porque mis estándares están basados en mi propio nivel de voz. Además, tocar batería ha ido desgastando mi oído poco a poco, por lo que no me considero autoridad en absoluto para dictaminar quién habla bajo y quién no. De la misma manera, ella tampoco me considera un low-talker a mí, cuando a lo largo de mis 24 años de vida se me ha dicho en repetidas ocasiones que tengo que hablar más alto para ser entendido. ¿Será que los low-talkers no puede identificarse entre sí? Puede ser eso, o que simplemente yo escucho muy mal y Caro tiene oído biónico.
Ese tema condujo a otro dentro del mismo rubro auditivo (se tardó años en llegar Marimar). A todos nos ha pasado que alguien dice algo que no entendemos, pero unos segundos después comprendemos, sin la necesidad de que nos lo repitan. Por ejemplo:
Juan: Pásame los apios.
Pepe: ¿Qué? (pasan dos o tres segundos) Ah.
Y así, Pepe le pasa los apios a Juan. Es un fenómeno de lo más extraño y misterioso. ¿El sonido se tarda más en llegar a veces? Definitivamente no; ésa sería una hipótesis de lo más estúpida. Lo cual me lleva a la epifanía b).
b) Existe la flojera involuntaria. Es un hecho que el oído no se puede cerrar, como los ojos. Los estímulos auditivos no se pueden evitar tan fácilmente como los de los otros sentidos. Si tienes flojera de hacer algo que tenga que ver con cualquier sentido que no sea el oído, puedes evitar hacerlo. Tengo flojera de ver algo, cierro los ojos. No quiero oler algo, me aguanto un poco sin aspirar y listo. Pero nunca puedo tener flojera de oír.
O al menos eso creía hasta ayer. Es la única explicación al misterioso fenómeno del sonido que se entiende tarde. En ese momento, nos ataca la flojera involuntaria. En el fondo, no estábamos tan interesados en escuchar lo que nos dijeron. Eventualmente llegó, porque no se puede evitar, pero nos dio flojera involuntaria oír y entender desde el principio. No importa que nuestro "deber ser" quisiera escuchar por decencia. La flojera involuntaria manda.
Sólo puedo concluir que estoy jodido: soy un low-talker, que no escucha bien y que con frecuencia sufre de flojera involuntaria. Espero que eso no empeore con los años.
miércoles, 14 de mayo de 2008
Las guerras clónicas...
Recientemente adquirí la Spin de mayo; una revista que generalmente suelo comprar sólo cuando sé de antemano que hay algo de mi interés. Esta vez, no sé por qué la compré. Simplemente me la topé en el aeropuerto y la hice mía.
Hoy en la mañana, durante la rutinaria visita al baño, estaba yo leyendo un fragmento del artículo que da portada al número de mayo: el proceso previo a la salida del nuevo disco de My Morning Jacket.
Bueno, pero la verdad es que mi intención aquí no es hablar sobre esa gran banda que apenas empecé a escuchar más allá de sus sencillos (gracias por la atinada recomendación, Caroline). En realidad ni siquiera pretendo escribir sobre música en esta ocasión. Voy a algo mucho más simple y tonto. El punto es que mientras pasaba las hojas de esa historia me di cuenta de que James, el vocalista de MMJ es idéntico a Daniel Sametz, un amigo de la universidad, al cual hace un rato que no veo.
¿Por qué pasa eso? ¿Por qué de pronto nos topamos con alguien tan parecido a otra persona que ya conocíamos? ¿No hay suficientes combinaciones genéticas para que todos seamos físicamente muy distintos? Supongo que no. Ya decía Borges que cuando se acaban los espacios para acomodar las canicas, hay que empezar a ponerlas en los espacios donde ya estuvieron. Tal vez cuando se generó el código genético de Sametz, era momento de repetir el orden que las canicas tomaron cuando se generó el del vocalista de MMJ. Lo siento, Sametz; esto te convierte en el clon de dicho músico...
El fin de semana, me contaron una historia sobre el momento en que un amigo cercano cruzó su camino con un tipo idéntico a él (un nefasto y precoz locutor de radio). Ya se conocían, pero en ese momento Joe (el suprascripto amigo cercano) se percató del parentezco gracias a que además estaban vestidos de la misma forma. Cuentan que el comentario que hizo Joe en ese momento fue "El universo se va a colapsar". Era lo mínimo que podía temer; se acababa de dar cuenta de que es un clon de un lamentable locutor de Ibero 90.9.
¿A dónde voy con esto? Me han dicho que me parezco a muchas personas, pero justo ayer, durante el ya tradicional martes de mezcal, Greta me dijo que un exnovio suyo es igualito a mí. Bueno, más bien yo soy el que es idéntico a él, por el simple hecho de haber nacido algunos años después (oh my god...¡soy un clon!). Pero según Greta no sólo somos iguales físicamente, ¡sino también en cuanto a forma de ser! Definitivamente tengo que conocer a esta proyección futura de mi persona, y ver si me ataca el mismo temor de colapso universal.
Púdranse, insuficientes canicas...
Hoy en la mañana, durante la rutinaria visita al baño, estaba yo leyendo un fragmento del artículo que da portada al número de mayo: el proceso previo a la salida del nuevo disco de My Morning Jacket.
Bueno, pero la verdad es que mi intención aquí no es hablar sobre esa gran banda que apenas empecé a escuchar más allá de sus sencillos (gracias por la atinada recomendación, Caroline). En realidad ni siquiera pretendo escribir sobre música en esta ocasión. Voy a algo mucho más simple y tonto. El punto es que mientras pasaba las hojas de esa historia me di cuenta de que James, el vocalista de MMJ es idéntico a Daniel Sametz, un amigo de la universidad, al cual hace un rato que no veo.
¿Por qué pasa eso? ¿Por qué de pronto nos topamos con alguien tan parecido a otra persona que ya conocíamos? ¿No hay suficientes combinaciones genéticas para que todos seamos físicamente muy distintos? Supongo que no. Ya decía Borges que cuando se acaban los espacios para acomodar las canicas, hay que empezar a ponerlas en los espacios donde ya estuvieron. Tal vez cuando se generó el código genético de Sametz, era momento de repetir el orden que las canicas tomaron cuando se generó el del vocalista de MMJ. Lo siento, Sametz; esto te convierte en el clon de dicho músico...
El fin de semana, me contaron una historia sobre el momento en que un amigo cercano cruzó su camino con un tipo idéntico a él (un nefasto y precoz locutor de radio). Ya se conocían, pero en ese momento Joe (el suprascripto amigo cercano) se percató del parentezco gracias a que además estaban vestidos de la misma forma. Cuentan que el comentario que hizo Joe en ese momento fue "El universo se va a colapsar". Era lo mínimo que podía temer; se acababa de dar cuenta de que es un clon de un lamentable locutor de Ibero 90.9.
¿A dónde voy con esto? Me han dicho que me parezco a muchas personas, pero justo ayer, durante el ya tradicional martes de mezcal, Greta me dijo que un exnovio suyo es igualito a mí. Bueno, más bien yo soy el que es idéntico a él, por el simple hecho de haber nacido algunos años después (oh my god...¡soy un clon!). Pero según Greta no sólo somos iguales físicamente, ¡sino también en cuanto a forma de ser! Definitivamente tengo que conocer a esta proyección futura de mi persona, y ver si me ataca el mismo temor de colapso universal.
Púdranse, insuficientes canicas...
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