domingo, 7 de diciembre de 2008

Esférico e inútil

Ni modo, ya nos cayó con todo la navidad. Desafortunadamente, este año no tuve escapatoria al momento familiar de llenar de coloridos adornos todo el hogar. Detesto esa tradición y casi siempre logro evadirla de alguna u otra forma. Esta vez tuve que estar ahí, pasándole esferas a mi querida progenitora, situando figuras perturbadoras de señores barbones por todos lados y soportando el eterno canto insoportable de unas lucecitas. No entiendo al manufacturero taiwanés que pensó que era muy aburrido que las luces navideñas sólo produjeran luz multicolor y las dotó con la habilidad de emitir un eterno loop musical. Mínimo debió pensar en otorgarles también el don de callarse, pero no, no hay forma, tienes que desconectarlas; es el combo "luz y música" o nada. Digo, tienen una perilla para subir y bajar el volumen. Según yo, teniendo eso, no se necesita llevar a cabo una enorme investigación para descubrir la forma de que esa perilla pueda silenciar las luces.

¿Qué puedo decir? Esta época saca a flote lo más quejumbroso de mi ser, pero la verdad mi intención no es hablar sobre la temporada. El asunto es que durante ese ritual de convertir la casa en un circo, se me reveló un dato que me pareció interesante: México es el único país exportador de esferas. Al parecer, en el resto del mundo las esferas son un lujo de lo más caro porque vienen desde la lejana tierra del nopal. Imagino que transportar enormes cantidades de un producto tan frágil debe ser una tarea de gran dificultad.

Pero eso no es todo, partiendo desde est
a reveladora información me topé con el dato de que hay otra cosa que nadie más que México exporta:las canicas. Así es, todo indica que somos los orgullosos productores y exportadores de todo material cuyas características principales sean esférico e inútil. Porque hay que admitir que las esferas son completamente inútiles; de alguna forma estamos programados para ponerlas en árboles como adorno cuando en realidad son una cosa muy extraña cuya única gracia es reflejar nuestras caras de forma jocosa.

Y las canicas son un objeto todavía más extraño. Porque estoy seguro de que el primero que hizo una canica no tenía la menor idea de qué hacer con ella. Tenía una bola de vidrio en su mano y en un momento de arrebatada inspiración pensó que lo mejor que podía hacer con ella era utilizarla para golpear otras bolas de vidrio similares. Sin duda la inutilidad de algunas cosas puede convertirlas en juegos populares.
Volviendo a las esferas, hay gente que ha sabido redefinirlas al encontrarle utilidades mucho más interesantes que la ornamentalidad que las caracteriza. Por ejemplo, los fakires las utilizan con frecuencia como parte medular de sus actos, al acostarse sobre ellas y demostrar la inmunidad de sus cuerpos de hule. Ese uso me parece considerablemente más loable que la función original.

Creo que es momento de poner manos a la obra e inventar el próximo objeto-esférico-inútil. Hay que aprovechar el hecho de que sólo en este país contamos con la pericia necesaria para crear cosas con estas características. Con un poco de suerte hasta podríamos idear el próximo gran artículo de lujo del mundo.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Embutido de fábula

El pequeño chancho Martincito tenía una vida muy feliz en la granja. Todos los días dedicaba la mañana a pasear por los diferentes corrales, visitando a todos sus amigos de distintas especies del reino animal. Al final del día siempre corría hacia Mamá Marrana para narrarle sus aventuras, a lo que la amable puerca contestaba con sabias enseñanzas sobre las distintas funciones de cada especie. Un buen día, Martincito se despertó más temprano de lo acostumbrado y decidió comenzar su recorrido al despuntar el alba, lo que le permitió admirar un espectáculo nuevo para él: el viejo granjero estaba ordeñando a las vacas. Tras presenciar tan fascinante evento, el pequeño chancho corrió a despertar a Mamá Marrana, quien gustosamente le contó sobre el origen de la leche y todos sus derivados, desde el yoghurt hasta el queso, alimento predilecto del curioso cerdito.

Esa fue la primera vez que Martincito quedó inconforme con las historias de su madre, pues le parecía injusto y discriminatorio que su amiga la vaca Anastasia fuera capaz de producir queso en el futuro y él no. A partir de ese día, el pequeño chancho dejó de ser un animal amistoso para convertirse en un berraco rebelde, Martin Luther Pig, quien congregó a toda la comunidad porcina de la región para crear un movimiento de protesta que, después de varios años de ardua lucha, resultó en la creación de una de las aberraciones alimentarias más increíbles de la historia.

Bueno, esa feliz historia dejaría muy satisfecho a Esopo y a sus seguramente opio-adictos colegas, pero la vida no es precisamente una fábula de animales parlantes y a mí me visita constantemente una duda: ¿qué demonios es esa cosa tan desagradable que por algún desafortunado accidente lingüístico se hace llamar "queso de puerco"? Es momento de acudir al cuasi-consciente colectivo de internet con la esperanza de esparcir un poco de luz sobre este enigma de embutidos.

No cabe duda de que la curiosidad mató al gato. Según la información que Wikipedia ofrece (tanto en inglés como en español), el queso de puerco es mejor conocido internacionalmente bajo el nauseabundo nombre de queso de cabeza o head cheese y tiene una historia considerablemente más asquerosa que la de Martincito, quien de haber tenido acceso a Wikipedia, se hubiera llevado la escandalosa sopresa de que la cabeza, pezuñas, corazón y lengua de su amiga An
astasia también tenían el potencial de convertirse en la gelatina que conforma este tenebroso alimento. ¿Quién habrá sido el desquiciado histórico al que se le ocurrió maquinar semejante locura? Wikipedia no ofrece ese dedo acusador.

Estoy plenamente consciente de que much
as de las cosas que comemos están compuestas por una mezcla de sobras de carne animal, pero tenemos que admitir que una salchicha tiene un aspecto bastante más apuesto y gallardo que este engendro de origen vario (con el debido respeto a la gente del norte del país que al parecer es muy propensa a incluir este embutido como personaje principal de sus tortas).

Entonces, tenemos que el queso de puerco, lejos de ser el resultado de un acto de valía y lucha social de los cerdos del mundo, no es más que el Frankenstein de las carnes frías y en este momento le tengo más miedo del que le tenía hace una hora.



lunes, 6 de octubre de 2008

Iniciativa de ley

Señores legisladores de nuestra nación, me presento aquí ante sus venerables figuras colmadas de autoridad para hacer una sencilla petición, una humilde propuesta para la creación de una ley que, de ser acepctada, contribuirá al bien colectivo.

Permítanme contextualizar; resulta que tenemos un problema con la sana ocupación de la atmósfera sonora de los espacios. Sabemos que existen incontables piezas musicales en el mundo y cada año la producción es más prolífica gracias a la democratización de los medios. Pero a pesar de la existencia de este amplio catálogo, hay algunas canciones que ya llevan más de 10 años tocándose en demasía en algunos lugares. Algunas de estas canciones podrán ser buenas o haber revolucionado la música en su momento, pero ese no es el tema. El problema es que al abusar de ellas, hasta las mejores se convierten en un tedio. Es por eso que propongo la creación de la Ley en pro de los espacios 100% libres de canciones trilladas.

No estoy pidiendo algo exagerado. Tal vez no son demasiadas las canciones que se deberían prohibir, pero es increíble que, por ejemplo, siga siendo tan común escuchar De música ligera en un bar. Repito, señores legisladores, no estoy diciendo que sea una mala canción; eso ya lo juzgará el criterio de cada persona, pero sin duda es una canción trillada, y el abuso en su reproducción perjudica tanto a los que disfrutan de ella como quienes que están hartos de escucharla.

Tampoco estoy sugiriendo que la eliminación sea definitiva. Puede ser que después de un año de prohibir una canción trillada, se evalúe la posibilidad de su regreso a la sociedad en pequeñas dosis (algo así como on probation).

Sé que esta iniciativa puede generar grupos rebeldes y la creación de lugares clandestinos en donde se escuche pura música trillada, pero ya veremos cómo lidiar con ellos.

Así pues, para llevar a cabo prohibición de manera paulatina, habría que comenzar prohibiendo todos y cada uno de los temas contenidos en todos los volúmenes de Diez años de rock en tu idioma. Ya estuvo bueno de escuchar esas canciones, ¿no? Hay muchos lugares que siguen empeñados en ponerlas y no les vendría mal variarle un poco.

Convoco a la ciudadanía a contribuir a esta noble causa y proponer canciones trilladas que el Congreso deba prohibir.

viernes, 19 de septiembre de 2008

El más común de los lugares comunes

Tengo varios amigos que recientemente terminaron una relación afectiva con algún "otro significante". Últimamente parece ocurrir muy frecuentemente. Cortar es una de esas fallas del sistema de convencionalismos que hace funcionar a las relaciones humanas. Cuando dotamos de esa oficialidad a nuestros asuntos amorosos, rara vez pensamos que casi todo lo que empieza tiende por naturaleza a terminar y es ahí donde vienen los auténticos madrazos. A todos nos ha pasado.

Cuando una persona está absolutamente pasmada por la presencia de otra en su vida, se genera un estado alterado de conciencia tan disparado que incluso muchas veces se ha considerado más fuerte que cualquier estupefaciente. Y es que uno en verdad puede llegar a poner todo lo demás en segundo plano y sentirse el personaje principal de una chick flick con un soundtrack repleto de acordes mayores, sin ningún problema y viendo hacia un camino largo, placentero y aparentemente fácil de recorrer.

Lo curioso e interesante es el momento en que eso se termina, y el individuo en cuestión se ve de pronto privado de esa droga tan adictiva que provenía de su propio sistema endócrino y que parecía inagotable. En ese momento empieza el verdadero show, en el que todos los planes a largo, mediano y corto plazo de pronto se derrumban y el afectado se siente inmerso en una situación de absoluta soledad. Nadie más que él es capaz de entender su funesta situación, porque nadie ha sufrido jamás una pérdida tan tortuosa como la que le aqueja. El horrible vado en el que se encuentra es único y ningún ser vivo podría comprender lo que está sufriendo...

¡Claro que no! Aunque te sientas solo e incomprendido, hay millones de personas que en ese o en algún otro momento han pasado por lo mismo. Por eso hay incontables películas, canciones y libros que tratan de situaciones similares. Es un cliché estar triste por haber cortado, aunque eso tampoco quiere decir que esté mal. Los llamados "lugares comunes" son precisamente eso: comunes. Incluso, muchos de los clichés que abundan en las películas a veces hasta resultan sencillas explicaciones del funcionamiento humano colectivo de un lugar o época, porque reflejan los comportamientos más instintivos, los que a todos suceden.

A decir verdad, me asusta un poco que todos seamos tan parecidos en nuestras conductas más primarias, como si fuéramos todos clones provenientes de una misma cepa y sin posibilidades de heredar aprendizajes que nos prevengan de estos tenebrosos lugares comunes. Pero bueno, al menos para eso tenemos mecanismos de defensa que nos ayudan a tapar por un rato esos conflictos. Lo malo es que después llega el día en que el mentado individuo en cuestión tiene la osadía de echar un vistazo a todo lo que ya se acumuló dentro de sí y ahí es cuando cae el veinte y explota el asunto.

Evidentemente yo no soy ningún gurú de este tipo de temas. No soy el indicado para decirle a alguien que su "depresión única sin solución" es un lugar común y que en cualquier momento llegará al cliché de superarlo; no podría aconsejar eso porque obviamente también he estado ahí y en esos momentos cualquier aseveración de esta índole me parecería un montón de palabrería sin sentido. Lo que sí puedo hacer es recomendar que en esas circunstancias se lea (o relea, según el nivel de previo contacto con la obra) la novela High Fidelity de Nick Hornby, ya que es una muy atinada ilustración del lugar tan común que es el final de una relación. Sin embargo, he de solicitar atentamente a las mujeres que hayan leído este libro, que por favor no divulguen la valiosa información que contiene sobre el funcionamiento de la mente masculina. Odiaría que alguien la usara en mi contra.
De cualquier forma, zafo ser el individuo en cuestión...

miércoles, 13 de agosto de 2008

Un sábado escarlata

Normalmente escucho música cuando estoy frente a la computadora. Hoy no. La razón de esto es que están las Olimpiadas y aunque no me emocionan mucho, se siente raro no aprovechar para ver todo lo que se pueda de tan pintoresco evento. Así que ahí están las Olimpiadas de fondo en la tele. Aunque en realidad lo que estoy viendo es la computadora y sólo estoy escuchando las aturdidoras voces de los lamentables comentaristas de algún canal nacional. Ocasionalmente volteo para ver qué causa tanto alboroto en esas voces y siempre está un deporte diferente, con eso de que todo pasa al mismo tiempo. En este momento hay una pantalla dividida entre volleyball de playa y un chino haciendo suertes sobre el caballo. Por cierto ahora resulta que México es toda una potencia en el tiro con arco. ¿¿¿Desde cuándo???

Siguiendo al conveniente tren del pensamiento, que normalmente justifica el hilar ideas que muy poco tienen que ver entre sí, continuaré hablando de algo que se acerca al deporte mexicano. El fin de semana fuimos Álvaro y yo al "infierno solar" a ver a los Diablos destruir a los Leones de Yucatán 11-0 en el primer partido de la serie por el campeonato de la Zona Sur. Es una experiencia única la que se vive en el estadio de baseball; es todo un festival que incluye muchas cervezas, una enorme variedad de alimentos, otra enorme variedad de fanáticos (desde el viejo conocedor amistoso hasta el pseudo Robert DeNiro en The fan que no deja de hacer prácticas cabalísticas psicópatas por el bien de su equipo), una brevísima variedad de pequeñas piezas musicales, ah sí, y también un partido de baseball. Algo nuevo fue que compramos boletos para la zona donde caen casi todos los fouls, al grado de que el boleto tiene un disclaimer en letras enormes que dice "NO PIERDA DE VISTA LA BOLA". Y es que en verdad es terror lo que se siente cuando se aproxima velozmente semejante pedrada.

El highlight del partido, ninguno; estuvo aplastantemente aburridísimo. Eso, aunado al hecho de que en la zona donde nos sentamos el sol pega sin piedad debido a la ausencia total de sombra, nos llevó a hacer una serie de cuestiones ociosas que muy poco tienen que ver con el baseball.

Para empezar, Álvaro tumbó la trama completa de Back to the future II, mi indiscutible favorita de la trilogía. Por si alguien no la vio o no la recuerda, todo se basa en que Doc Emmet Brown llega muy estresado a decirle a Marty que su hijo va a ser un imbécil y que es indispensable viajar al futuro para evitar que haga una pendejada. ¿Para qué viajar al futuro a cambiar algo que no afecta nada del presente y que de todos modos habrá que vivir eventualmente? ¿Por qué no simplemente decirle "no metas a tu hijo a tal escuela porque se va a meter en problemas"? O bien, ¿no bastaba con decirle que tal día del año 2015 tuviera la precaución de no dejar que el hijo tarado saliera de la casa? No puede ser, la premisa de la mejor de las tres películas es una tontería. Ojalá nunca me lo hubiera dicho.

A la mitad de alguna de estas pláticas estúpidas, me topé con la sorpresa de que un pedazo de cáscara de haba acababa de hacer lo que mejor saben hacer los pedazos de cáscara de haba: atorarse en algún recoveco entre mis dientes y encías. Por más que trataba de sacarlo con la lengua, se necesitaba ayuda profesional de un elemento externo. ¿Alguna vez han tratado de sacarse con el dedo algo que la lengua no ha logrado extraer? Según yo a todo mundo le ha pasado, pero ¿han notado la forma en que el dedo nunca encuentra el punto que requiere de su auxilio? La lengua siempre sabe dónde está; es su territorio y dentro de la boca la sabiduría de la lengua es indiscutible. Pero con el dedo siempre es imposible atinarle al lugar exacto hasta después varias misiones de reconocimiento. Si tan sólo la lengua tuviera la cortesía de enviar su información privilegiada al cerebro para que yo supiera exactamente dónde estaba el pedazo de cáscara de haba. Pero bueno, finalmente pudo salir.

Y es que la variedad de alimentos está a la orden del día en el estadio. En primera, y como ya fue mencionado, ¡hay habas enchiladas! ¡Tan buenas que son! Pero otra curiosidad que ronda este menú son las nieves de limón indestructibles. No sé qué le pongan a esas cosas, pero el partido dura más de tres horas y las nieves pasan todo el tiempo en una charola de cartón paseando a plena exposición de la luz y calor del güero. Según Álvaro en esas modestas charolas se encuentra la solución a las consecuencias del calentamiento global. Dice "que pongan esa cosa verde en los polos y nunca se derretirán". Estoy de acuerdo, que se lleven esas nieves para allá; de todas formas yo no pienso probar algo tan indestructible. Estoy seguro de que si el sol no puede contra ese material, mi estómago de princesa sería un muy triste contendiente.

Ésas son sólo algunas de las muchas idioteces que pasan por la cabeza de alguien que presencia un partido de baseball carente de emoción. También nos percatamos de tonterías menores como el hecho de que el Llanero Solitario no era en lo absoluto solitario, porque tenía a Toro (o Tonto, en inglés), su inseparable Sancho Panza nativo americano; o bien, el extraño caso de que la película Hook tuviera el mismo nombre en español, en vez de haberlo traducido como Garfio, un nombre ya permeado desde antaño en el público de habla hispana.

En fin, la moraleja de todo esto es: cuando vayan al baseball, no se sienten bajo el rayo del sol, porque pueden terminar mal; ya sea golpeados por una pelota, filosofando sobre estupideces ociosas, o en el peor de los casos, con un mal caso de hemorroides.

domingo, 20 de julio de 2008

Un affaire con la madre de todos los vicios

Hoy es un domingo de esos en que no sabes bien qué hora es y todo está como en slow motion. Tuve ensayo en algún momento de la mañana, porque se avecina una tocada que promete salir muy bien. Pero eso fue en la mañana; la tarde es una historia muy diferente en este tipo de días. La pereza y el estado zombie en el que me encuentro me hacen propenso a involucrarme en actividades de extrema ociosidad.

Acabo de hacer algo en verdad ocioso. Sí, incluso más ocioso que escribir en un blog o leer lo que alguien más escribió en un blog. Lo que sucedió fue que hace algunos días encontré una página en la que proponían un método pseudo mecánico para generar lo que ahí llamaban "la portada de un álbum debut". Es un proceso bastante tonto, pero me llamó la atención porque seguí los pasos y el resultado me pareció interesante, por no decir "simpaticón".

Las reglas son muy sencillas. Primero hay que buscar un artículo aleatorio en Wikipedia. El nombre del artículo será el nombre de la banda. Después, se debe acuidr a Quotations Page y ahí generar una lista aleatoria de citas para tomar las últimas cuatro palabras de la última cita de la página, que darán nombre al disco. Por último, hay que visitar la parte de Flickr en donde muestran, también de manera aleatoria, las mejores fotos de los últimos siete días. La tercera fotografía, sea cual sea, compondrá la portada. La verdad es que se obtienen combinaciones interesantes (algunas más que otras).

Entonces, volviendo al tema del domingo y la ociosidad que ocasiona, me pareció una actividad digna de este día darme a la tarea de hacer varias portadas de discos siguiendo este proceso al pie de la letra. A veces dan ganas de hacer trampa porque la segunda foto está mejor que la tercera o el nombre del disco resulta muy cursi, pero nunca flaqueé (aunque sí he de admitir que en algunos casos utilicé sólo una pequeña parte de la foto). Y bueno, no se me ocurre nada mejor que hacer con ellas que ponerlas aquí. Así que ahí van.











Y mi favorito:

miércoles, 2 de julio de 2008

Un día (entero) en la vida del ciudadano

Hoy fui a la Dirección General de Profesionales a tramitar mi cédula profesional. Qué pesadilla. Estuve más de cinco horas haciendo varias filas que en realidad eran la misma una y otra vez, porque la misma ventanilla tiene como treinta y siete diferentes funciones y todo aquél que pretenda obtener su cédula, ha de pasar por ellas. Es un proceso tonto, especialmente cuando ves que todas las demás ventanillas presentan nula actividad y a aburridos personajes detrás de los cristales, esperando que les toque un poco de acción burocrática mientras ven cómo la señora de la ventanilla de las eternas colas se lleva toda la "diversión".
La verdad es que ni siquiera suena raro. Todos hemos tenido que llevar a cabo trámites gubernamentales alguna vez y estamos concientes de lo ineficientes que son. Simplemente es parte de su naturaleza. En esas ocasiones en que nos vemos en la necesidad de enfrentarnos a este mal tan propio de nuestra nación, desde que nos levantamos ya sabemos que nos espera un día en el que probablemente no podamos hacer nada más que formarnos, tomar turnos y esperar largas horas para cubrir requisitos e instancias que muy probablemente ni siquiera cumplamos del todo bien y tengamos que regresar al día siguiente para perder más tiempo. En mi opinión se podrían evitar muchísimos pasos innecesarios, pero sabemos que por el momento seguirá haciéndose así y ni modo.
Ésa es la cara mala de los tortuosos trámites, pero a decir verdad, todo ese tiempo que pasamos en los edificios de gobierno entregando y recibiendo documentos, tiene un sutil lado positivo, y éste se encuentra en el enorme y ecléctico grupo de personas que constantemente puebla estos lugares. No sé a qué se deba lo interesante de estos individuos; quizá es un instinto natural y ocioso de escudriñar a la gente cuando no hay nada que hacer más que esperar, o tal vez los personajes más pintorescos de la sociedad son los que visitan estos lugares. El punto es que siempre están ahí, varios hombres y mujeres que resaltan por alguna característica; ya sea la señora de las Lomas que no para de decir "Ash, por eso estamos como estamos", o el campesino abrumado ante tanta complejidad en tan pocos metros cuadrados, o el zoquete frustrado porque erró en el tamaño de fotografías requerido (léase "yo hace algunas horas"). Uno de mis personajes favoritos pertenece al tedioso trámite de la visa en la embajada de Estados Unidos: nunca falta la señora gorda vistiendo una enorme camiseta roja, azul y blanca, con la leyenda "I love USA", albergando la esperanza de tocar las fibras sentimentales y patrióticas del arbitrario yanqui a quien le corresponderá decidir si esa señora podrá o no poner pie sobre the land of the free and the home of the brave.
Lo mejor de los trámites gubernamentales son los amigos temporales. No importa qué tan antisocial seas, eventualmente empezarás a crear lazos con el prójimo. Estas situaciones sacan lo más puro de nuestro instinto gregario; nos unimos para juntos hacer menos pesado el ambiente hostil al que nos hemos de enfrentar. Toda persona que llega a realizar un trámite (especialmente en los trámites que sólo se tienen que hacer una vez, como la cartilla militar), se enfrenta a la incertidumbre que presenta un aparato burocrático complejo y desconocido. En el momento que cruzas la puerta del edificio, te conviertes en uno más del grupo. Todos buscan el mismo objetivo y tienen las mismas dudas que tú. Algunos empiezan desde la primera fila a preguntar "¿ésta es la cola para las cédulas?" y obviamente el interlocutor no posee la información necesaria para ofrecer una respuesta satisfactoria, por lo que contesta con un ambiguo, pero empático "yo creo que sí". Ahí comienza una amistad temporal que crecerá y se profundizará, para luego esfumarse en el momento en que ambos terminen su proceso y vuelvan a la realidad en la que nada tienen en común.
En 22 días tendré que regresar a recoger mis documentos y mi cédula profesional. Detesto la idea de tener que volver a visitar esa lejana e inhóspita oficina. Al menos creo que esta vez tomará menos tiempo y si tengo suerte, tal vez vuelva a toparme con alguno de los amigos temporales que compartieron mi via crucis burocrático de esta mañana.

miércoles, 25 de junio de 2008

Miércoles de cruda de habas

El año pasado, hubo un martes en el que experimenté una serie acontecimientos funestos. Todo me pasó ese día. En ese entonces todavía trabajaba yo en la agenciota donde estaba antes. Fue ese día cuando Rocky me dio a conocer la gran verdad oculta detrás de los martes. Me dijo que todos los martes las vibras están raras y que todo lo malo que pueda pasar, sucederá. Con eso se explica el violento tráfico que caracteriza esos días, entre otras cosas. Supongo que por eso el día oficial de la mala suerte es martes 13; ha de ser algo así como "el más martes de los martes". Después de escuchar esta teoría, reflexioné sobre días en que he tenido peor suerte de lo normal y, en medida de lo recordable, me topé con varios martes al hacer esta recapitulación. A partir de ello, trato de tomar con calma cada desgracia que pueda presentarse en esos días (aunque luego pasa cada cosa, que bueeeno).

¿Cómo se combate esta unholy tuesday phenomena? Bueno, no se combate. Pero hay una forma de compensarla. La única manera de lograr esto es terminar el martes haciendo alguna actividad fuera de lo común. Fue así como empecé a acudir al tan frecuentemente citado martes de mezcal, un evento semanal (naturalmente) en el que se reúne un ameno y creciente grupo de gente que busca romper la rutina de la semana en su momento más crítico: el martes. El objetivo de ruptura se cumple a la perfección y definitivamente sirve como compensación al ser una actividad fuera de lo común. Aunque pensándolo bien, ¿qué tan fuera de lo común es el martes de mezcal, si llevo practicándolo durante medio año con una regularidad cuasirreligiosa? Lo importante es que funciona, hace más corta la semana laboral y la experiencia trae consigo pequeños detalles que la dotan de valor agregado, como las habas. Ay, esas habas...

Casi todos los que me conocen saben que tengo el aparato digestivo más frágil del condado. Una de las enormes bondades del mezcal es que, a menos que uno se exceda descontroladamente en su consumo, no hay forma de que provoque cruda. Eso hace que el martes de mezcal no cause mella alguna en el desarrollo del resto de la semana (eso y el hecho de que a las once de la noche termina el servicio, pero de ese tema ya se habló en otro blog). A pesar de esta loable bondad del mezcal, las habas tostadas de ese lugar son una adicción que nadie puede negar y que pueden llegar a ser un verdadero conflicto para mi debilidad intestinal. Lo que me aqueja cada miércoles es una especie de cruda de habas; una intermitente cruda de habas que -citando a Winnie Pooh- pone a mi pancita a retumbar. Pero vale la pena.

Para quienes no están familiarizados con la historia de mi endeble aparato digestivo y desconocen el origen de este mal que me caracteriza, a continuación presento la increíble y triste historia...

De cómo perdí mi flora a los 16

Todos tuvimos algún lugar "de confianza" en donde pudiéramos ingerir bebidas alcohólicas en los años previos a la mayoría de edad. En mi caso, ese lugar era "Las Guamas", un sitio espantoso que consistía en un edificio en obra negra, en el cual sólo había que tocar tres veces la puerta y gritar "¡¡Guamaaaaas!!", para que abriera la puerta Laurita, una señora muy amable que hacía su negocio vendiendo caguamas a los chamacos que salían de las escuelas cercanas. Lo único que había en la obra negra era un refri con caguamas, algunas mesas y sillas de plástico, Laurita y su molestísimo hijo cuyo nombre creo que era Ricky, un niño con mocos que siempre se las ingeniaba para atosigar a los comensales. Eso sí, como no había muchas paredes, la vista a la barranca tenía lo suyo.

Todos los viernes era muy común encaminarnos a este horrible tugurio después de salir de la escuela; directamente, sin escalas, saltándonos por completo el importante momento de la ingesta de alimentos. Esto no representaba gran problema, porque en la esquina había una tienda de conveniencia, a la cual con frecuencia le comprábamos comida de microondas (creo que ahí conocí los burritos de frijol con queso que ahora son tan populares).

Pero hubo un buen día (ese día tan lamentable) en el que se me hizo muy fácil preguntarle a la señora de Las Guamas: "Laurita, ¿me puede hacer unas quesadillas?" Quién sabe de dónde sacó la materia prima con la que me las preparó, pero me hizo mis quesadillas y yo confiadamente me las comí. Sin duda uno de los errores más grandes que he cometido en mi vida.

Pasé un fin de semana infernal. Fui al doctor y resultó que de alguna forma me había quedado sin flora intestinal. Durante un mes no pude ir a la escuela; no podía alejarme mucho del baño de hecho, porque todo lo que comía tardaba muy poco en salir, porque no había nada en mi intestino que hiciera el trabajo de procesar la comida. Mala experiencia. Tuve que consumir lácteos específicos para reclutar un enorme ejército de lactobacilos (sí, esos monstruitos que salían en los anuncios de Yakult) para revertir la deforestación de la que mi organismo había sido víctima.

El problema quedó resuelto, pero mi aparato digestivo jamás ha vuelto a ser el mismo. Cualquier alimento de dudosa procedencia me puede arruinar el día. Pero parece que yo no aprendo la lección y sigo comiendo porquerías cuando se me presenta la oportunidad, como el Doble. Ese Doble... también tengo que contar su historia.

El Doble

Hay un establecimiento frente a un parque de la colonia Del Valle (no recuerdo bien dónde, porque fui llevado a él en una madrugada después de la fiesta de cumpleaños de Caro) que a simple vista parece una pequeña taquería o una fonda cualquiera, but there's always more than meets the eye. En esa única ocasión que he ido, al momento que entré empecé a escuchar al personal del lugar ofreciendo platillos muy normales de taquería, pero todos los viejos lobos de mar que ya eran regulares visitantes, decían "no gracias, yo quiero un Doble". Por más que inquirí sobre el tan solicitado platillo, sólo me decían "tú pide uno y ya verás". Así fue como efectivamente pedí un Doble.

Eran como las 6 ó 7 de la mañana y mi ser moría de ganas de dormir, lo cual hizo que la espera fuera larga como el rollo de anuncios que actualmente ponen antes de las películas en el cine. Pero de pronto, pusieron un plato frente a mí y tuve ante mis ojos una criatura amorfa de color marrón con un aspecto repugnantemente escatológico. Como último chequeo y para asegurarme que no se tratara de una broma pesada, miré a mi alrededor. Todos en la mesa estaban comiéndose sus Dobles con deleite y premura, así que hice lo propio: tomé una tortilla y manufacturé mi primer taco de Doble.

Vaya sorpresa que me llevé cuando lo probé. Me autoproclamé fan del Doble. Una vez pasada la prueba, me explicaron que no era más que una mezcolanza de frijoles con huevo, pero yo sigo dudando de todo lo que pueda coexistir en ese coloide de apariencia tan extraña. El punto es que supo muy bien (aunque hay que tomar en cuenta el contexto en el que lo probé).

Pero obviamente al día siguiente la historia fue otra y maldije al Doble todo el día, especialmente porque estaba lejos de mi casa, en el festival Mxbeat en Toluca. Evidentemente el Doble no iba a pasar desapercibido por mi exánime digestión, pero en realidad el problema no llegó más allá de uno que otro retortijón.

Menos mal que no era martes.


miércoles, 11 de junio de 2008

Tráfico radial

Uno de los grandes males que aqueja a nuestra pseudo civilización citadina es el tráfico. Millones de personas tienen que lidiar con él diariamente. Yo tengo la fortuna de que mi actual trabajo está relativamente cerca de mi casa. En hora pico, no tardo más de 30 minutos en recorrer la distancia entre ambos puntos (aunque para los de provincia eso es muchísimo tiempo para un recorrido automovilístico cotidiano). No me puedo quejar; desde que me cambié de trabajo son pocas las veces que me veo obligado a pasar horas en el tráfico. Sin embargo, no dejan de existir esas situaciones en las que me he de someter a esa horrible tortura urbana, como cuando hay que ir a visitar a nuestro lechoso cliente, en la lejanísima hermana república de Cuautitlán Izcalli.

La semana pasada fue una esas ocasiones. Tuve que emprender el largo y sinuoso camino hasta Izcalli. Por si el tráfico no fuera suficiente, recientemente se descompuso mi artilugio para escuchar el iPod en el coche. Lo que he hecho estos días es escuchar mi iPod con audífonos (sí, ya sé, soy un conductor irresponsable, ¿y qué?), pero en esta ocasión iba acompañado y resultaría poco amigable encerrarme en el mundo mágico de mis audífonos, por lo que opté por escuchar un noticiero deportivo.

Como en cualquier noticiero radiofónico, casi cada nota es brevemente narrada por el reportero encargado y acompañada por una transmisión de algún testimonio o delcaración grabada de alguna figura pública. Me impresiona que, a estas alturas de la era tecnológica, estas grabaciones sigan haciéndose de una forma tan lamentable. ¡Son muy pocas las veces que se entiende lo que dicen! Si el reportero no parafraseara todo lo que se declaró, nadie sabría de qué se trató la nota. Me parece increíble que en un medio absolutamente auditivo, los comunicadores se permitan airear grabaciones incomprensibles todo el tiempo. No puede ser que la gente que trabaja en radio tenga pereza de hacer lo necesario para que su trabajo se escuche bien.

En fin, el noticiero terminó y después de él siguió...¡otro noticiero!, ¡¡con las mismas noticias!! Está bien, entiendo. Es una estación de noticias y no todos los días suceden acontecimientos relevantes cada hora. Pero si tanta gente pasa tantas horas en el tráfico, ¿por qué no hacer algunas otra variaciones de entretenimiento radiofónico? Las radionovelas eran muy populares antes de que existiera la televisión, porque la gente se sentaba en sus casas a escuchar cada nuevo episodio. Obviamente la televisión acabaría con esto, pero estoy seguro de que ha llegado el momento para que la ficción vuelva a la radio, y no me refiero a retransmitir Kalimán los fines de semana cuando todo mundo prefiere hacer otra cosa. Me refiero a crear contenidos nuevos y de calidad. Con los programas de edición de audio actuales, se podrían hacer maravillas. Imagínense escuchar una serie de acción bien producida, transmitida por radio todos los días a las 7 de la noche. Sería una gran forma de aprovechar el tráfico y hacerlo más llevadero. Se podrían hacer "radio-series" de misterio, terror, romance, comedia, etc. Estoy seguro de que serían un éxito, sabiéndolas vender bien.

Es más, debería dejar de quejarme, poner manos a la obra y hacer un piloto para una serie radiofónica, como la radionovela que hice con Amulio hace algunos años. Lo más difícil será encontrar a la compañía radiodifusora visionaria que quiera comprar el proyecto, pero vale la pena intentar.

jueves, 5 de junio de 2008

Reviviendo pasiones

La infancia está llena de fanatismos. Todos fuimos fans de alguna caricatura, película, personaje, lugar. La gran mayoría de estas pasiones se van perdiendo, quedándose como un agradable recuerdo del pasado y nada más. Yo fui seguidor de muchísimas cosas y todos los que me conocen saben que sigo siendo fan de los dibujos animados de todas las épocas. Pero hay un tipo de pasión que generalmente no desaparece: la pasión por la camiseta de una institución deportiva.

Nunca voy a olvidar el momento en que tuve mi primer contacto visual con el hockey profesional. Surfeando por los pocos canales de cable que había antes (si al leer esto alguien piensa "¡en mi infancia ni siquiera había cable!", considérese un old timer), me topé en ESPN con un encuentro entre los Red Wings de Detroit y el Blues de San Luis. No recuerdo si era un partido relevante o un mero trámite de media temporada, pero para mí fue una redefinición de lo que es ver un deporte por televisión. Obviamente ya conocía el
hockey y sus premisas básicas, pero era la primera vez que lo veía en acción. Me costaba trabajo creer que fuera incluso más rápido que el basketball, pero sin la constante generación de puntos que caracteriza a ese deporte. Aquí las anotaciones resultaban tan preciadas como en el fútbol, pero con una velocidad que demandaba una atención mayor por parte de mis ojos, para no perder de vista el escurridizo puck.

En ese momento, decidí que mi equipo serían los Red Wings, porque me pareció que jugaban magistralmente (después descubrí que no jugaban tan distinto de los demás equipos y que San Luis simplemente tuvo un muy mal día aquella vez). Procuré seguir, en medida de lo posible, el desempeño de mi nuevo equipo. Los pocos partidos que ESPN transmitía, especialmente los de playoffs, eran una obligación para mí, y por un tiempo logré cumplirla con decoro. Tuve la fortuna de ver a mi equipo quedar campeón dos temporadas seguidas en los 90, veneré a jugadores como Yzerman y Fedorov y vestí mi jersey con orgullo en repetidas ocasiones, en un país donde es un poco extraño ver a un niño disfrazado de jugador de hockey.

Pero la NHL, como casi cualquier otra liga en el mundo presidida por empresarios, está llena de conflictos p
olíticos. A mí, como adolescente que ignoraba lo ajeno al juego en sí, no me afectaban personalmente esos problemas. Pero en 2004, la bomba estalló y la NHL entró en una huelga que canceló la temporada 04-05 (las anteriores huelgas habían durado unos cuantos días, sin mayores consecuencias para la afición).

He de decir que para ese entonces, yo ya no seguía con tal ímpetu el hockey. Llega un momento en que el tiempo ya no alcanza para ser fan de tantas cosas, pero definitivamente seguía viendo los playoffs y con emoción seguí toda la serie en la que los Red Wings se coronaron nuevamente en 2002, así que se puede decir que el fanatismo seguía latente.

Esa huelga endemoniada provocó que dejara de seguir el hockey por completo. Encima de todo, cuando se resolvió el conflicto en 2005, la televisión de paga mexicana no se molestó en transmitir un solo juego. La huelga alejó el hockey no sólo de mí sino de toda Latinoamérica.

Pero esto cambió hace unos días, cua
ndo el JP Robert me comentó que mis Red Wings estaban disputando la Copa Stanley contra Pittsburgh, en una serie que se estaba poniendo de lo más interesante y reñida. Como siguen sin pasar los juegos por cable, acudí al buen Alan, que es como un gurú de los links para ver eventos deportivos. Él me consiguió varias opciones para poder ver los partidos de la final en internet (al que le parezca complicado seguir el puck en la tele, lo invito a intentarlo en calidad Youtube).

Así fue que ayer, en un encuentro con final cardiaco, vi a los Red Wings levantar la Copa Stanley por cuarta vez en mi vida (décima primera en la historia del equipo), reviviendo una pasión que yo consideraba perdida para siempre. Ahora ya quiero que empiece la próxima temporada, aunque la tenga que ver con mala calidad.

Go Red Wings!!!

viernes, 30 de mayo de 2008

Hoy

Hoy extraño Buenos Aires. Y ya.

jueves, 29 de mayo de 2008

En busca del dentífrico perdido

Algunos ya saben la terrible situación que está sufriendo el consumidor que vive dentro de mí. Es raro que yo tenga una fidelidad absoluta a una marca. No me importa qué shampoo haya en mi baño. Si descontinúan el desodorante que uso, no importa; le doy la oportunidad a otro y listo. De hecho es muy frecuente que desaparezcan los productos que comienzan a causar un hábito en mí. Pero sucede que hace varios años, bajo las mismas leyes azarosas por las que utilizo distintas marcas de shampoo, llegó a mí una pasta de dientes de la cual quedé prendado incondicionalmente: Colgate Frescura Confiable.

Antes de eso, en verdad me daba lo mismo con qué me lavara los dientes, pero esta pasta cambió por completo mi forma de ver el ritual de la higiene dental. Dejó de ser un acto rutinario y se convirtió en un momento de auténtico placer, que además se puede experimentar ¡tres veces al día! Todo era perfecto; el producto era muy publicitado (lo recordarán por la carismática boca que le servía de estandarte) y todo indicaba que tendría una vida eterna. Nada me podía separar de mi querida y verdosa pasta.

El día llegó en que todo se tornó gris y esa felicidad llegó a su fin. La boca y su carisma desaparecieron recientemente de los anaqueles. Al principio no me pareció tan grave. Lo más lógico era pensar que hubieran cambiado el nombre de la pasta. Así como las Quesabritas se volvieron Cheetos y las Pizzerolas fueron acogidas por Doritos, probablemente mi querido dentífrico había sido absorbido por una línea más extensa de Colgate. Hay una Colgate Total de color verde, cuyo subtítulo incluye la palabra "fresca". Creí haber encontrado la salvación en esta pasta, pero la verdad es que sabe muy diferente y sólo podría describirse como "una pasta más".

Estoy perdiendo la esperanza. He buscado en tres cadenas distintas de autoservicio y no hay señal de Frescura Confiable. ¿Qué puedo hacer para que regrese? Sé que existía en muchos lugares del mundo. Tal vez puedo ir a Argentina a abastecerme de pasta. Algo debo poder hacer.

Hace un par de horas le platiqué el caso a Paco (mi jefe) y me dijo "el respeto al complejo ajeno es la paz". No conocía esa reinterpretación de la frase, pero aplica muy bien. Así que, Señor John von Colgate, apiádese de mí y devuelva esa paz a mi vida respetando mi complejo. Estoy seguro de que no soy el único atrapado en esta situación. Lavarme los dientes se ha convertido otra vez en un insípido rito post-alimentario y tal vez usted es el único que puede hacer algo al respecto.

lunes, 26 de mayo de 2008

El bonito recurso ochentero

Como preparación para poder observar objetivamente la nueva película de Indiana Jones, hace poco más de una semana me junté con unos amigos a ver las tres primeras entregas de las aventuras del entonces más joven -ahora anciano- Henry Jones Jr. Mientras veíamos The Temple of Doom, segunda en la serie (aunque dicen por ahí que cronológicamente sucede antes que la primera), invadió mis ojos y mi mente un elemento muy frecuente en los contenidos mediáticos de los 80, que actualmente tiende a la extinción: la lava.

¿A dónde
se fue la lava? Ya no se ve tanta lava en las películas como antes. Cuando yo era un pequeño infante engendro de los 80, esa forma líquida del magma estaba por doquier. Cuando saltaba de sillón en sillón imaginándome cualquier juego fantástico, los sillones no estaban posados sobre alfombra, sino flotando en lava hirviendo. Caer implicaba una muerte terrible y dolorosa.

En la mayoría de los juegos de video ochenteros y muchos noventeros, la lava era un recurso muy común. ¿Cómo olvidar la pixelada cara de Mario al quemarse el culo en alguno de los abundantes pozos de lava que Bowser tenía en sus múltiples castillos en cada juego de Super Mario Bros.?

He de confesar que extraño la lava. Le añadía tensión a los momentos críticos en las caricaturas y películas. Supongo que se agotó el recurso. No digo que se haya erradicado por completo la lava. Incluso hay grandes producciones que siguen aprovechándola, como el episodio III de Star Wars, cuya escena climática presenta una copiosa dosis de lava.

Mientras no mueran por completo estos recursos, me queda la esperanza de que vuelvan. Está bien que los dejen descansar por un rato, para luego traerlos de vuelta cuando nadie los espera. Un claro ejemplo de esto es la arena movediza. ¿Qué tal esa treta tan temible de la naturaleza? Es otro clarísimo recurso ochentero que todos recordamos haber visto en repetidas ocasiones. Esto me lleva de vuelta a Indiana Jones...

SPOILER WARNING: Las siguientes líneas no son recomendables para aquéllos que no hayan visto Indiana Jones and the Kingdom of the Crystal Skull y pretendan hacerlo.

Ayer vi la nueva película de Indiana Jones ¡y tiene arenas movedizas! Me emocionó por un momento volver a ver eso que ya estaba perdiéndose en la memoria de décadas pasadas. ¿Pero qué hay con el resto de la película?

Considero que, sabiendo a lo que se va, es una película muy disfrutable. La historia está bien construida (es ligeramente más compleja que las primeras tres, para satisfacer al exigente público de hoy en día), los efectos están bien aprovechados en general. Uno de mis grandes temores era ver a un lamentable y viejo Harrison Ford tratando de hacerse pasar por joven y ágil. Afortunadamente, la edad se utiliza como un atinado recurso para contar la historia. Lo más polémico de la película es que todo gira alrededor del extraterrestre que supuestamente tiene escondido el gobierno estadounidense en Area 51 y su relación con la sabiduría de los pueblos nativos de América. Así es: INDY GOES ALIEN. Suena arriesgado, lo sé. Pero la verdad es que, partiendo de que es una película perteneciente a la franquicia de Indiana Jones, es normal esperar ciertas exageraciones "místicas". A mi humilde parecer, sólo habría que quitarle el detalle del platillo volador -give me a break- porque fuera de eso, una muy entretenida aventura para el ya cascado explorador/profesor.

Por cierto, ¿cómo es que Indiana Jones tiene un trabajo fijo como profesor de Universidad y a la vez hace unos viajes de meses para meterse en problemas y buscar objetos perdidos? ¿Sus alumnos no se quejan de la inconstancia e irresponsabilidad de su profesor? ¿O más bien inscriben la materia con él porque ya saben que falta la mitad del curso? Si algún día me encuentro a George Lucas o a Steven Spielberg, les pediré una explicación al respecto.

Por lo pronto, voy a empezar a hacer playeras y pancartas con la leyenda "REMEMBER THE LAVA".

jueves, 22 de mayo de 2008

Un salto sorpresivo (citando a Mufasa)

Mucho se ha comentado sobre el disco en el que Scarlett Johansson hace tributo a Tom Waits. Algunas revistas y sitios de autoridad lo aclaman, mientras que otros tantos medios lo destrozan. Era de esperarse que una combinación así generara un debate tan polarizado, porque cuando las diferentes disciplinas del showbiz se entrelazan, las opiniones tienden a ser poco objetivas.

Cuando leí hace algunos meses que Scarlett Johansson estaba próxima a lanzar su álbum, pensé en el panorama. ¿Cuántas actrices hemos visto dar ese salto con el mismo resultado? Ya visualizaba yo a Scarlett haciendo de su carrera una piltrafa al más puro estilo de Lindsay Lohan, sólo que en este caso estamos hablando de una actriz mucho más rescatable que la drunk n' junkie redhead.

Después de tener muy nítida en mi cabeza esa lamentable imagen de la inminente caída de una actriz, continué leyendo y me sorprendí al enterarme de que las canciones del disco serían covers de Tom Waits. La recién formada imagen se perdió para convertirse en una curiosidad enorme. Nadie se atrevería a interpretar piezas de semejante leyenda, sin estar convencido de lograr un resultado decoroso. Proseguí con la lectura, para unos segundos después saber que Tom Waits ya había escuchado grabaciones rudimentarias de las versiones de Scarlett y había quedado muy satisfecho. No sé quién haya escrito eso que leí, pero definitivamente me dejó muy al pendiente del resultado.

Pasó el tiempo y el disco conoció el mundo. Mi primera impresión fue muy satisfactoria, y cada sesión de escucha subsecuente ha resultado aun mejor. Scarlett Johansson hace un verdadero y respetuoso tributo a las canciones que interpreta. En vez de hacer una construcción falsa de vocales estridentes (como otras actrices/cantantes lo han hecho), la voz en este álbum es un sutil componente de cada pieza, limitándose a aportar la melodía y alejándose por completo del protagonismo egocéntrico. Agreguémosle a David Bowie a cargo de las backup vocals en uno de los tracks, y tenemos algo digno de unos minutos de nuestra atención.

Algunos podrían creer que la tirada del disco sería colgarse de la fama de Scarlett para que la gente se predisponga a escuchar algo agradable. Yo considero que el proceso es en sentido totalmente contrario. Al menos en mi caso así es. El disco presenta un ambiente con una vibra tan sorpresiva (con un estilo muy The Jesus and Mary Chain), que termina edificando con ladrillos muy positivos sobre la imagen de la actriz.

Y es que un disco debe escucharse y valorarse por lo que presenta auditivamente. Es un error juzgarlo a la luz de la opinión que tenemos del autor o intérprete. Estoy seguro de que muchos cometen este error en este caso. Definitivamente Scarlett no hizo lo que esperaban los seguidores de E! news y de People. Aquí me veo en la necesidad de citar los comentarios de Moni Klein, a quien no he visto en años pero sin duda es la persona que más me habla en Messenger durante los días laborales. Ella odia a Scarlett Johansson; su opinión sobre ella radica en que es una mujer falsa que siempre interpreta el mismo papel y con poca habilidad. Moni aborrece el disco y su principal razón es que no le cree esa faceta cool a Scarlett. Ése es justamente el error al que me refiero; se está juzgando una obra por elementos ajenos a ella. Desde entonces, Moni me hace llegar cada reseña negativa que encuentra sobre el disco.

Insisto en que es normal que suceda esto. Si alguien empieza su camino a la fama como actriz Hollywoodense y de pronto salta hacia el ámbito musical con un disco poco convencional, lo más probable es que encontremos decepción en muchas caras. Pero finalmente, ¿qué importa? Lo ideal es que cada uno le dé la oportunidad al disco y juzgue por sí mismo de la manera más objetiva posible, como una obra aislada del contexto personal de la intérprete.

Para mí, éste fue un paso muy acertado para Scarlett Johansson. Se expuso al mundo de una nueva forma con una buena reinterpretación de Tom Waits, que resultó en una muy decente pieza de música Indie (whatever the hell that means nowadays).

lunes, 19 de mayo de 2008

Contra las enseñanzas inútiles

Se supone que el sistema educativo se va depurando con el tiempo. Es obvio; teorías van, teorías vienen, lo que fue deja de ser y se convierte en "pudo haber sido tal vez". Qué bueno que pase eso. Incluso me parece un poco fascinante que el conocimiento se vaya refinando, dejando sólo lo que de verdad importa. Pero bueno, insisto: se supone que existe esta depuración. Este fin de semana me di cuenta de cuan erróneo es suponer eso.

El otro día se armó una especie de maratón de películas tontas en casa del buen Tony. Mientras veíamos Billy Madison (indiscutible referente del cine estúpido de calidad, género del cual me considero adepto), fui remitido a un momento clave de la educación preescolar que inmediatamente provocó en mí la interrogante que me lleva a cuestionar la evolución del sistema educativo: ¿por qué demonios siguen enseñando a escribir en letra cursiva (o manuscrita)? No sólo es un tema que se enseña en casi todas las escuelas, sino que toda la educación que se imparte a los infantes durante aproximadamente tres años, ¡gira en torno a la escritura cursiva!

Esos valiosos años previos a aprender historia, geografía, matemáticas, etc. podrían utilizarse en cosas mucho más provechosas que en aprender a hacer unos garabatos que nadie vuelve a usar jamás en la vida. Bueno, existen algunos pocos que se empeñan por un rato en seguir utilizándola. El 90% de estas personas hacen unos rayones espantosos y nadie entiende lo que escriben (necios, escriban normal). El 10% restante son doctores y la verdad es que tampoco se entiende lo que escriben.

Propongo, por el bien de las futuras generaciones, hacer una protesta en contra de la letra cursiva. Obviamente muchos tradicionalistas la defenderán. De hecho, muchos años estuve orgulloso de mi pericia para utilizarla. Pero la verdad es que no sirve de mucho. Podrían existir cursos extraescolares para los niños cuyos padres se empeñen en que aprendan ese arcaico arte, y así dejar los años preescolares para temas que de verdad aporten algo útil y significativo para la vida.

¿Quién se une a la cruzada?

viernes, 16 de mayo de 2008

My speech impediment

Seinfeld se ha convertido en una práctica guía para la vida posmoderna. Al menos en mi caso, así es. Tiene explicaciones a muchos de los misterios menores de la existencia. De hecho, puedo asegurar que en Seinfeld se pueden encontrar muchas más respuestas que en cualquier libro sagrado de cualquier religión. ¿Para qué buscar soluciones indefinidas a cuestiones intangibles, cuando puedes tener una respuesta lógica y concreta a un aspecto de la vida cotidiana? Es por eso que yo me considero Seinfeldista.

Entre la sabiduría que Seinfeld nos ha dejado, se encuentra una larga lista de términos prácticos para definir ciertas situaciones. Entre ellos está el ya famoso "low talker". Quiero hablar de ese término, que me queda como anillo al dedo. Definamos...

Low-talker.- (Adj.) Dícese de una persona cuyo volumen de voz carece de decibeles suficientes para ser escuchado en cualquier circunstancia de sonido ambiente.

Todos los que me conocen saben que hablo muy bajito. Siempre he sido así y no puedo hacer mucho al respecto. Digo mucho, porque en realidad sí puedo hacer algo. El instinto de supervivencia me ha obligado a desarrollar la habilidad de, en ciertas circunstancias, poder hablar más fuerte. Un ejemplo rápido que me viene a la mente es "¡¡¡No hay papel!!!". Ese tipo de situaciones obligan a modular un poco la voz. Sé que existen low-talkers que han aprendido a modular su voz por completo, porque su línea de trabajo los ha orillado a hacerlo. Principalmente son oradores. Esas personas han desarrollado una voz completamente distinta a su voz original, para poder hablar en público sin micrófono y sin problemas.

En secundaria, el profesor Ramos Pluma me tenía que preguntar varias veces mi apellido para registrar mi participación en su clase, porque al parecer mi volumen de voz no era suficiente para él -you, deaf motherfucker- y algunos años después la maestra de psicología Norma Lizette Chávez (nombresazo) me dijo que tenía que aprender a modular mi voz (ella fue la que me contó sobre esa habilidad mutante).

Ayer, estaba en los mezcales -no puede ser que mis dos primeros posts sean en la misma semana y traten sobre algo que se me reveló en la mezcalería, shame on me- platicando con Caroline mientras esperábamos a algunas personas, de las cuales finalmente sólo llegó Marimar. Justamente estábamos hablando sobre los low-talkers, y tuvimos dos epifanías, las cuales enlisto a continuación:

a) Un low-talker tiene cierta dificultad para identificar a otro low-talker. Resulta que Caro también es reconocida por la sociedad como una low-talker. Yo jamás lo hubiera pensado; según yo habla con un volumen bastante normal, pero tal vez eso creo porque mis estándares están basados en mi propio nivel de voz. Además, tocar batería ha ido desgastando mi oído poco a poco, por lo que no me considero autoridad en absoluto para dictaminar quién habla bajo y quién no. De la misma manera, ella tampoco me considera un low-talker a mí, cuando a lo largo de mis 24 años de vida se me ha dicho en repetidas ocasiones que tengo que hablar más alto para ser entendido. ¿Será que los low-talkers no puede identificarse entre sí? Puede ser eso, o que simplemente yo escucho muy mal y Caro tiene oído biónico.

Ese tema condujo a otro dentro del mismo rubro auditivo (se tardó años en llegar Marimar). A todos nos ha pasado que alguien dice algo que no entendemos, pero unos segundos después comprendemos, sin la necesidad de que nos lo repitan. Por ejemplo:

Juan: Pásame los apios.
Pepe: ¿Qué? (pasan dos o tres segundos) Ah.

Y así, Pepe le pasa los apios a Juan. Es un fenómeno de lo más extraño y misterioso. ¿El sonido se tarda más en llegar a veces? Definitivamente no; ésa sería una hipótesis de lo más estúpida. Lo cual me lleva a la epifanía b).

b) Existe la flojera involuntaria. Es un hecho que el oído no se puede cerrar, como los ojos. Los estímulos auditivos no se pueden evitar tan fácilmente como los de los otros sentidos. Si tienes flojera de hacer algo que tenga que ver con cualquier sentido que no sea el oído, puedes evitar hacerlo. Tengo flojera de ver algo, cierro los ojos. No quiero oler algo, me aguanto un poco sin aspirar y listo. Pero nunca puedo tener flojera de oír.

O al menos eso creía hasta ayer. Es la única explicación al misterioso fenómeno del sonido que se entiende tarde. En ese momento, nos ataca la flojera involuntaria. En el fondo, no estábamos tan interesados en escuchar lo que nos dijeron. Eventualmente llegó, porque no se puede evitar, pero nos dio flojera involuntaria oír y entender desde el principio. No importa que nuestro "deber ser" quisiera escuchar por decencia. La flojera involuntaria manda.

Sólo puedo concluir que estoy jodido: soy un low-talker, que no escucha bien y que con frecuencia sufre de flojera involuntaria. Espero que eso no empeore con los años.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Las guerras clónicas...

Recientemente adquirí la Spin de mayo; una revista que generalmente suelo comprar sólo cuando sé de antemano que hay algo de mi interés. Esta vez, no sé por qué la compré. Simplemente me la topé en el aeropuerto y la hice mía.

Hoy en la mañana, durante la rutinaria visita al baño, estaba yo leyendo un fragmento del artículo que da portada al número de mayo: el proceso previo a la salida del nuevo disco de My Morning Jacket.

Bueno, pero la verdad es que mi intención aquí no es hablar sobre esa gran banda que apenas empecé a escuchar más allá de sus sencillos (gracias por la atinada recomendación, Caroline). En realidad ni siquiera pretendo escribir sobre música en esta ocasión. Voy a algo mucho más simple y tonto. El punto es que mientras pasaba las hojas de esa historia me di cuenta de que James, el vocalista de MMJ es idéntico a Daniel Sametz, un amigo de la universidad, al cual hace un rato que no veo.

¿Por qué pasa eso? ¿Por qué de pronto nos topamos con alguien tan parecido a otra persona que ya conocíamos? ¿No hay suficientes combinaciones genéticas para que todos seamos físicamente muy distintos? Supongo que no. Ya decía Borges que cuando se acaban los espacios para acomodar las canicas, hay que empezar a ponerlas en los espacios donde ya estuvieron. Tal vez cuando se generó el código genético de Sametz, era momento de repetir el orden que las canicas tomaron cuando se generó el del vocalista de MMJ. Lo siento, Sametz; esto te convierte en el clon de dicho músico...

El fin de semana, me contaron una historia sobre el momento en que un amigo cercano cruzó su camino con un tipo idéntico a él (un nefasto y precoz locutor de radio). Ya se conocían, pero en ese momento Joe (el suprascripto amigo cercano) se percató del parentezco gracias a que además estaban vestidos de la misma forma. Cuentan que el comentario que hizo Joe en ese momento fue "El universo se va a colapsar". Era lo mínimo que podía temer; se acababa de dar cuenta de que es un clon de un lamentable locutor de Ibero 90.9.

¿A dónde voy con esto? Me han dicho que me parezco a muchas personas, pero justo ayer, durante el ya tradicional martes de mezcal, Greta me dijo que un exnovio suyo es igualito a mí. Bueno, más bien yo soy el que es idéntico a él, por el simple hecho de haber nacido algunos años después (oh my god...¡soy un clon!). Pero según Greta no sólo somos iguales físicamente, ¡sino también en cuanto a forma de ser! Definitivamente tengo que conocer a esta proyección futura de mi persona, y ver si me ataca el mismo temor de colapso universal.

Púdranse, insuficientes canicas...