miércoles, 25 de junio de 2008

Miércoles de cruda de habas

El año pasado, hubo un martes en el que experimenté una serie acontecimientos funestos. Todo me pasó ese día. En ese entonces todavía trabajaba yo en la agenciota donde estaba antes. Fue ese día cuando Rocky me dio a conocer la gran verdad oculta detrás de los martes. Me dijo que todos los martes las vibras están raras y que todo lo malo que pueda pasar, sucederá. Con eso se explica el violento tráfico que caracteriza esos días, entre otras cosas. Supongo que por eso el día oficial de la mala suerte es martes 13; ha de ser algo así como "el más martes de los martes". Después de escuchar esta teoría, reflexioné sobre días en que he tenido peor suerte de lo normal y, en medida de lo recordable, me topé con varios martes al hacer esta recapitulación. A partir de ello, trato de tomar con calma cada desgracia que pueda presentarse en esos días (aunque luego pasa cada cosa, que bueeeno).

¿Cómo se combate esta unholy tuesday phenomena? Bueno, no se combate. Pero hay una forma de compensarla. La única manera de lograr esto es terminar el martes haciendo alguna actividad fuera de lo común. Fue así como empecé a acudir al tan frecuentemente citado martes de mezcal, un evento semanal (naturalmente) en el que se reúne un ameno y creciente grupo de gente que busca romper la rutina de la semana en su momento más crítico: el martes. El objetivo de ruptura se cumple a la perfección y definitivamente sirve como compensación al ser una actividad fuera de lo común. Aunque pensándolo bien, ¿qué tan fuera de lo común es el martes de mezcal, si llevo practicándolo durante medio año con una regularidad cuasirreligiosa? Lo importante es que funciona, hace más corta la semana laboral y la experiencia trae consigo pequeños detalles que la dotan de valor agregado, como las habas. Ay, esas habas...

Casi todos los que me conocen saben que tengo el aparato digestivo más frágil del condado. Una de las enormes bondades del mezcal es que, a menos que uno se exceda descontroladamente en su consumo, no hay forma de que provoque cruda. Eso hace que el martes de mezcal no cause mella alguna en el desarrollo del resto de la semana (eso y el hecho de que a las once de la noche termina el servicio, pero de ese tema ya se habló en otro blog). A pesar de esta loable bondad del mezcal, las habas tostadas de ese lugar son una adicción que nadie puede negar y que pueden llegar a ser un verdadero conflicto para mi debilidad intestinal. Lo que me aqueja cada miércoles es una especie de cruda de habas; una intermitente cruda de habas que -citando a Winnie Pooh- pone a mi pancita a retumbar. Pero vale la pena.

Para quienes no están familiarizados con la historia de mi endeble aparato digestivo y desconocen el origen de este mal que me caracteriza, a continuación presento la increíble y triste historia...

De cómo perdí mi flora a los 16

Todos tuvimos algún lugar "de confianza" en donde pudiéramos ingerir bebidas alcohólicas en los años previos a la mayoría de edad. En mi caso, ese lugar era "Las Guamas", un sitio espantoso que consistía en un edificio en obra negra, en el cual sólo había que tocar tres veces la puerta y gritar "¡¡Guamaaaaas!!", para que abriera la puerta Laurita, una señora muy amable que hacía su negocio vendiendo caguamas a los chamacos que salían de las escuelas cercanas. Lo único que había en la obra negra era un refri con caguamas, algunas mesas y sillas de plástico, Laurita y su molestísimo hijo cuyo nombre creo que era Ricky, un niño con mocos que siempre se las ingeniaba para atosigar a los comensales. Eso sí, como no había muchas paredes, la vista a la barranca tenía lo suyo.

Todos los viernes era muy común encaminarnos a este horrible tugurio después de salir de la escuela; directamente, sin escalas, saltándonos por completo el importante momento de la ingesta de alimentos. Esto no representaba gran problema, porque en la esquina había una tienda de conveniencia, a la cual con frecuencia le comprábamos comida de microondas (creo que ahí conocí los burritos de frijol con queso que ahora son tan populares).

Pero hubo un buen día (ese día tan lamentable) en el que se me hizo muy fácil preguntarle a la señora de Las Guamas: "Laurita, ¿me puede hacer unas quesadillas?" Quién sabe de dónde sacó la materia prima con la que me las preparó, pero me hizo mis quesadillas y yo confiadamente me las comí. Sin duda uno de los errores más grandes que he cometido en mi vida.

Pasé un fin de semana infernal. Fui al doctor y resultó que de alguna forma me había quedado sin flora intestinal. Durante un mes no pude ir a la escuela; no podía alejarme mucho del baño de hecho, porque todo lo que comía tardaba muy poco en salir, porque no había nada en mi intestino que hiciera el trabajo de procesar la comida. Mala experiencia. Tuve que consumir lácteos específicos para reclutar un enorme ejército de lactobacilos (sí, esos monstruitos que salían en los anuncios de Yakult) para revertir la deforestación de la que mi organismo había sido víctima.

El problema quedó resuelto, pero mi aparato digestivo jamás ha vuelto a ser el mismo. Cualquier alimento de dudosa procedencia me puede arruinar el día. Pero parece que yo no aprendo la lección y sigo comiendo porquerías cuando se me presenta la oportunidad, como el Doble. Ese Doble... también tengo que contar su historia.

El Doble

Hay un establecimiento frente a un parque de la colonia Del Valle (no recuerdo bien dónde, porque fui llevado a él en una madrugada después de la fiesta de cumpleaños de Caro) que a simple vista parece una pequeña taquería o una fonda cualquiera, but there's always more than meets the eye. En esa única ocasión que he ido, al momento que entré empecé a escuchar al personal del lugar ofreciendo platillos muy normales de taquería, pero todos los viejos lobos de mar que ya eran regulares visitantes, decían "no gracias, yo quiero un Doble". Por más que inquirí sobre el tan solicitado platillo, sólo me decían "tú pide uno y ya verás". Así fue como efectivamente pedí un Doble.

Eran como las 6 ó 7 de la mañana y mi ser moría de ganas de dormir, lo cual hizo que la espera fuera larga como el rollo de anuncios que actualmente ponen antes de las películas en el cine. Pero de pronto, pusieron un plato frente a mí y tuve ante mis ojos una criatura amorfa de color marrón con un aspecto repugnantemente escatológico. Como último chequeo y para asegurarme que no se tratara de una broma pesada, miré a mi alrededor. Todos en la mesa estaban comiéndose sus Dobles con deleite y premura, así que hice lo propio: tomé una tortilla y manufacturé mi primer taco de Doble.

Vaya sorpresa que me llevé cuando lo probé. Me autoproclamé fan del Doble. Una vez pasada la prueba, me explicaron que no era más que una mezcolanza de frijoles con huevo, pero yo sigo dudando de todo lo que pueda coexistir en ese coloide de apariencia tan extraña. El punto es que supo muy bien (aunque hay que tomar en cuenta el contexto en el que lo probé).

Pero obviamente al día siguiente la historia fue otra y maldije al Doble todo el día, especialmente porque estaba lejos de mi casa, en el festival Mxbeat en Toluca. Evidentemente el Doble no iba a pasar desapercibido por mi exánime digestión, pero en realidad el problema no llegó más allá de uno que otro retortijón.

Menos mal que no era martes.


miércoles, 11 de junio de 2008

Tráfico radial

Uno de los grandes males que aqueja a nuestra pseudo civilización citadina es el tráfico. Millones de personas tienen que lidiar con él diariamente. Yo tengo la fortuna de que mi actual trabajo está relativamente cerca de mi casa. En hora pico, no tardo más de 30 minutos en recorrer la distancia entre ambos puntos (aunque para los de provincia eso es muchísimo tiempo para un recorrido automovilístico cotidiano). No me puedo quejar; desde que me cambié de trabajo son pocas las veces que me veo obligado a pasar horas en el tráfico. Sin embargo, no dejan de existir esas situaciones en las que me he de someter a esa horrible tortura urbana, como cuando hay que ir a visitar a nuestro lechoso cliente, en la lejanísima hermana república de Cuautitlán Izcalli.

La semana pasada fue una esas ocasiones. Tuve que emprender el largo y sinuoso camino hasta Izcalli. Por si el tráfico no fuera suficiente, recientemente se descompuso mi artilugio para escuchar el iPod en el coche. Lo que he hecho estos días es escuchar mi iPod con audífonos (sí, ya sé, soy un conductor irresponsable, ¿y qué?), pero en esta ocasión iba acompañado y resultaría poco amigable encerrarme en el mundo mágico de mis audífonos, por lo que opté por escuchar un noticiero deportivo.

Como en cualquier noticiero radiofónico, casi cada nota es brevemente narrada por el reportero encargado y acompañada por una transmisión de algún testimonio o delcaración grabada de alguna figura pública. Me impresiona que, a estas alturas de la era tecnológica, estas grabaciones sigan haciéndose de una forma tan lamentable. ¡Son muy pocas las veces que se entiende lo que dicen! Si el reportero no parafraseara todo lo que se declaró, nadie sabría de qué se trató la nota. Me parece increíble que en un medio absolutamente auditivo, los comunicadores se permitan airear grabaciones incomprensibles todo el tiempo. No puede ser que la gente que trabaja en radio tenga pereza de hacer lo necesario para que su trabajo se escuche bien.

En fin, el noticiero terminó y después de él siguió...¡otro noticiero!, ¡¡con las mismas noticias!! Está bien, entiendo. Es una estación de noticias y no todos los días suceden acontecimientos relevantes cada hora. Pero si tanta gente pasa tantas horas en el tráfico, ¿por qué no hacer algunas otra variaciones de entretenimiento radiofónico? Las radionovelas eran muy populares antes de que existiera la televisión, porque la gente se sentaba en sus casas a escuchar cada nuevo episodio. Obviamente la televisión acabaría con esto, pero estoy seguro de que ha llegado el momento para que la ficción vuelva a la radio, y no me refiero a retransmitir Kalimán los fines de semana cuando todo mundo prefiere hacer otra cosa. Me refiero a crear contenidos nuevos y de calidad. Con los programas de edición de audio actuales, se podrían hacer maravillas. Imagínense escuchar una serie de acción bien producida, transmitida por radio todos los días a las 7 de la noche. Sería una gran forma de aprovechar el tráfico y hacerlo más llevadero. Se podrían hacer "radio-series" de misterio, terror, romance, comedia, etc. Estoy seguro de que serían un éxito, sabiéndolas vender bien.

Es más, debería dejar de quejarme, poner manos a la obra y hacer un piloto para una serie radiofónica, como la radionovela que hice con Amulio hace algunos años. Lo más difícil será encontrar a la compañía radiodifusora visionaria que quiera comprar el proyecto, pero vale la pena intentar.

jueves, 5 de junio de 2008

Reviviendo pasiones

La infancia está llena de fanatismos. Todos fuimos fans de alguna caricatura, película, personaje, lugar. La gran mayoría de estas pasiones se van perdiendo, quedándose como un agradable recuerdo del pasado y nada más. Yo fui seguidor de muchísimas cosas y todos los que me conocen saben que sigo siendo fan de los dibujos animados de todas las épocas. Pero hay un tipo de pasión que generalmente no desaparece: la pasión por la camiseta de una institución deportiva.

Nunca voy a olvidar el momento en que tuve mi primer contacto visual con el hockey profesional. Surfeando por los pocos canales de cable que había antes (si al leer esto alguien piensa "¡en mi infancia ni siquiera había cable!", considérese un old timer), me topé en ESPN con un encuentro entre los Red Wings de Detroit y el Blues de San Luis. No recuerdo si era un partido relevante o un mero trámite de media temporada, pero para mí fue una redefinición de lo que es ver un deporte por televisión. Obviamente ya conocía el
hockey y sus premisas básicas, pero era la primera vez que lo veía en acción. Me costaba trabajo creer que fuera incluso más rápido que el basketball, pero sin la constante generación de puntos que caracteriza a ese deporte. Aquí las anotaciones resultaban tan preciadas como en el fútbol, pero con una velocidad que demandaba una atención mayor por parte de mis ojos, para no perder de vista el escurridizo puck.

En ese momento, decidí que mi equipo serían los Red Wings, porque me pareció que jugaban magistralmente (después descubrí que no jugaban tan distinto de los demás equipos y que San Luis simplemente tuvo un muy mal día aquella vez). Procuré seguir, en medida de lo posible, el desempeño de mi nuevo equipo. Los pocos partidos que ESPN transmitía, especialmente los de playoffs, eran una obligación para mí, y por un tiempo logré cumplirla con decoro. Tuve la fortuna de ver a mi equipo quedar campeón dos temporadas seguidas en los 90, veneré a jugadores como Yzerman y Fedorov y vestí mi jersey con orgullo en repetidas ocasiones, en un país donde es un poco extraño ver a un niño disfrazado de jugador de hockey.

Pero la NHL, como casi cualquier otra liga en el mundo presidida por empresarios, está llena de conflictos p
olíticos. A mí, como adolescente que ignoraba lo ajeno al juego en sí, no me afectaban personalmente esos problemas. Pero en 2004, la bomba estalló y la NHL entró en una huelga que canceló la temporada 04-05 (las anteriores huelgas habían durado unos cuantos días, sin mayores consecuencias para la afición).

He de decir que para ese entonces, yo ya no seguía con tal ímpetu el hockey. Llega un momento en que el tiempo ya no alcanza para ser fan de tantas cosas, pero definitivamente seguía viendo los playoffs y con emoción seguí toda la serie en la que los Red Wings se coronaron nuevamente en 2002, así que se puede decir que el fanatismo seguía latente.

Esa huelga endemoniada provocó que dejara de seguir el hockey por completo. Encima de todo, cuando se resolvió el conflicto en 2005, la televisión de paga mexicana no se molestó en transmitir un solo juego. La huelga alejó el hockey no sólo de mí sino de toda Latinoamérica.

Pero esto cambió hace unos días, cua
ndo el JP Robert me comentó que mis Red Wings estaban disputando la Copa Stanley contra Pittsburgh, en una serie que se estaba poniendo de lo más interesante y reñida. Como siguen sin pasar los juegos por cable, acudí al buen Alan, que es como un gurú de los links para ver eventos deportivos. Él me consiguió varias opciones para poder ver los partidos de la final en internet (al que le parezca complicado seguir el puck en la tele, lo invito a intentarlo en calidad Youtube).

Así fue que ayer, en un encuentro con final cardiaco, vi a los Red Wings levantar la Copa Stanley por cuarta vez en mi vida (décima primera en la historia del equipo), reviviendo una pasión que yo consideraba perdida para siempre. Ahora ya quiero que empiece la próxima temporada, aunque la tenga que ver con mala calidad.

Go Red Wings!!!