El año pasado, hubo un martes en el que experimenté una serie acontecimientos funestos. Todo me pasó ese día. En ese entonces todavía trabajaba yo en la agenciota donde estaba antes. Fue ese día cuando Rocky me dio a conocer la gran verdad oculta detrás de los martes. Me dijo que todos los martes las vibras están raras y que todo lo malo que pueda pasar, sucederá. Con eso se explica el violento tráfico que caracteriza esos días, entre otras cosas. Supongo que por eso el día oficial de la mala suerte es martes 13; ha de ser algo así como "el más martes de los martes". Después de escuchar esta teoría, reflexioné sobre días en que he tenido peor suerte de lo normal y, en medida de lo recordable, me topé con varios martes al hacer esta recapitulación. A partir de ello, trato de tomar con calma cada desgracia que pueda presentarse en esos días (aunque luego pasa cada cosa, que bueeeno).
¿Cómo se combate esta unholy tuesday phenomena? Bueno, no se combate. Pero hay una forma de compensarla. La única manera de lograr esto es terminar el martes haciendo alguna actividad fuera de lo común. Fue así como empecé a acudir al tan frecuentemente citado martes de mezcal, un evento semanal (naturalmente) en el que se reúne un ameno y creciente grupo de gente que busca romper la rutina de la semana en su momento más crítico: el martes. El objetivo de ruptura se cumple a la perfección y definitivamente sirve como compensación al ser una actividad fuera de lo común. Aunque pensándolo bien, ¿qué tan fuera de lo común es el martes de mezcal, si llevo practicándolo durante medio año con una regularidad cuasirreligiosa? Lo importante es que funciona, hace más corta la semana laboral y la experiencia trae consigo pequeños detalles que la dotan de valor agregado, como las habas. Ay, esas habas...
Casi todos los que me conocen saben que tengo el aparato digestivo más frágil del condado. Una de las enormes bondades del mezcal es que, a menos que uno se exceda descontroladamente en su consumo, no hay forma de que provoque cruda. Eso hace que el martes de mezcal no cause mella alguna en el desarrollo del resto de la semana (eso y el hecho de que a las once de la noche termina el servicio, pero de ese tema ya se habló en otro blog). A pesar de esta loable bondad del mezcal, las habas tostadas de ese lugar son una adicción que nadie puede negar y que pueden llegar a ser un verdadero conflicto para mi debilidad intestinal. Lo que me aqueja cada miércoles es una especie de cruda de habas; una intermitente cruda de habas que -citando a Winnie Pooh- pone a mi pancita a retumbar. Pero vale la pena.
Para quienes no están familiarizados con la historia de mi endeble aparato digestivo y desconocen el origen de este mal que me caracteriza, a continuación presento la increíble y triste historia...
De cómo perdí mi flora a los 16
Todos tuvimos algún lugar "de confianza" en donde pudiéramos ingerir bebidas alcohólicas en los años previos a la mayoría de edad. En mi caso, ese lugar era "Las Guamas", un sitio espantoso que consistía en un edificio en obra negra, en el cual sólo había que tocar tres veces la puerta y gritar "¡¡Guamaaaaas!!", para que abriera la puerta Laurita, una señora muy amable que hacía su negocio vendiendo caguamas a los chamacos que salían de las escuelas cercanas. Lo único que había en la obra negra era un refri con caguamas, algunas mesas y sillas de plástico, Laurita y su molestísimo hijo cuyo nombre creo que era Ricky, un niño con mocos que siempre se las ingeniaba para atosigar a los comensales. Eso sí, como no había muchas paredes, la vista a la barranca tenía lo suyo.
Todos los viernes era muy común encaminarnos a este horrible tugurio después de salir de la escuela; directamente, sin escalas, saltándonos por completo el importante momento de la ingesta de alimentos. Esto no representaba gran problema, porque en la esquina había una tienda de conveniencia, a la cual con frecuencia le comprábamos comida de microondas (creo que ahí conocí los burritos de frijol con queso que ahora son tan populares).
Pero hubo un buen día (ese día tan lamentable) en el que se me hizo muy fácil preguntarle a la señora de Las Guamas: "Laurita, ¿me puede hacer unas quesadillas?" Quién sabe de dónde sacó la materia prima con la que me las preparó, pero me hizo mis quesadillas y yo confiadamente me las comí. Sin duda uno de los errores más grandes que he cometido en mi vida.
Pasé un fin de semana infernal. Fui al doctor y resultó que de alguna forma me había quedado sin flora intestinal. Durante un mes no pude ir a la escuela; no podía alejarme mucho del baño de hecho, porque todo lo que comía tardaba muy poco en salir, porque no había nada en mi intestino que hiciera el trabajo de procesar la comida. Mala experiencia. Tuve que consumir lácteos específicos para reclutar un enorme ejército de lactobacilos (sí, esos monstruitos que salían en los anuncios de Yakult) para revertir la deforestación de la que mi organismo había sido víctima.
El problema quedó resuelto, pero mi aparato digestivo jamás ha vuelto a ser el mismo. Cualquier alimento de dudosa procedencia me puede arruinar el día. Pero parece que yo no aprendo la lección y sigo comiendo porquerías cuando se me presenta la oportunidad, como el Doble. Ese Doble... también tengo que contar su historia.
El Doble
Hay un establecimiento frente a un parque de la colonia Del Valle (no recuerdo bien dónde, porque fui llevado a él en una madrugada después de la fiesta de cumpleaños de Caro) que a simple vista parece una pequeña taquería o una fonda cualquiera, but there's always more than meets the eye. En esa única ocasión que he ido, al momento que entré empecé a escuchar al personal del lugar ofreciendo platillos muy normales de taquería, pero todos los viejos lobos de mar que ya eran regulares visitantes, decían "no gracias, yo quiero un Doble". Por más que inquirí sobre el tan solicitado platillo, sólo me decían "tú pide uno y ya verás". Así fue como efectivamente pedí un Doble.
Eran como las 6 ó 7 de la mañana y mi ser moría de ganas de dormir, lo cual hizo que la espera fuera larga como el rollo de anuncios que actualmente ponen antes de las películas en el cine. Pero de pronto, pusieron un plato frente a mí y tuve ante mis ojos una criatura amorfa de color marrón con un aspecto repugnantemente escatológico. Como último chequeo y para asegurarme que no se tratara de una broma pesada, miré a mi alrededor. Todos en la mesa estaban comiéndose sus Dobles con deleite y premura, así que hice lo propio: tomé una tortilla y manufacturé mi primer taco de Doble.
Vaya sorpresa que me llevé cuando lo probé. Me autoproclamé fan del Doble. Una vez pasada la prueba, me explicaron que no era más que una mezcolanza de frijoles con huevo, pero yo sigo dudando de todo lo que pueda coexistir en ese coloide de apariencia tan extraña. El punto es que supo muy bien (aunque hay que tomar en cuenta el contexto en el que lo probé).
Pero obviamente al día siguiente la historia fue otra y maldije al Doble todo el día, especialmente porque estaba lejos de mi casa, en el festival Mxbeat en Toluca. Evidentemente el Doble no iba a pasar desapercibido por mi exánime digestión, pero en realidad el problema no llegó más allá de uno que otro retortijón.
Menos mal que no era martes.
¿Cómo se combate esta unholy tuesday phenomena? Bueno, no se combate. Pero hay una forma de compensarla. La única manera de lograr esto es terminar el martes haciendo alguna actividad fuera de lo común. Fue así como empecé a acudir al tan frecuentemente citado martes de mezcal, un evento semanal (naturalmente) en el que se reúne un ameno y creciente grupo de gente que busca romper la rutina de la semana en su momento más crítico: el martes. El objetivo de ruptura se cumple a la perfección y definitivamente sirve como compensación al ser una actividad fuera de lo común. Aunque pensándolo bien, ¿qué tan fuera de lo común es el martes de mezcal, si llevo practicándolo durante medio año con una regularidad cuasirreligiosa? Lo importante es que funciona, hace más corta la semana laboral y la experiencia trae consigo pequeños detalles que la dotan de valor agregado, como las habas. Ay, esas habas...
Casi todos los que me conocen saben que tengo el aparato digestivo más frágil del condado. Una de las enormes bondades del mezcal es que, a menos que uno se exceda descontroladamente en su consumo, no hay forma de que provoque cruda. Eso hace que el martes de mezcal no cause mella alguna en el desarrollo del resto de la semana (eso y el hecho de que a las once de la noche termina el servicio, pero de ese tema ya se habló en otro blog). A pesar de esta loable bondad del mezcal, las habas tostadas de ese lugar son una adicción que nadie puede negar y que pueden llegar a ser un verdadero conflicto para mi debilidad intestinal. Lo que me aqueja cada miércoles es una especie de cruda de habas; una intermitente cruda de habas que -citando a Winnie Pooh- pone a mi pancita a retumbar. Pero vale la pena.
Para quienes no están familiarizados con la historia de mi endeble aparato digestivo y desconocen el origen de este mal que me caracteriza, a continuación presento la increíble y triste historia...
De cómo perdí mi flora a los 16
Todos tuvimos algún lugar "de confianza" en donde pudiéramos ingerir bebidas alcohólicas en los años previos a la mayoría de edad. En mi caso, ese lugar era "Las Guamas", un sitio espantoso que consistía en un edificio en obra negra, en el cual sólo había que tocar tres veces la puerta y gritar "¡¡Guamaaaaas!!", para que abriera la puerta Laurita, una señora muy amable que hacía su negocio vendiendo caguamas a los chamacos que salían de las escuelas cercanas. Lo único que había en la obra negra era un refri con caguamas, algunas mesas y sillas de plástico, Laurita y su molestísimo hijo cuyo nombre creo que era Ricky, un niño con mocos que siempre se las ingeniaba para atosigar a los comensales. Eso sí, como no había muchas paredes, la vista a la barranca tenía lo suyo.
Todos los viernes era muy común encaminarnos a este horrible tugurio después de salir de la escuela; directamente, sin escalas, saltándonos por completo el importante momento de la ingesta de alimentos. Esto no representaba gran problema, porque en la esquina había una tienda de conveniencia, a la cual con frecuencia le comprábamos comida de microondas (creo que ahí conocí los burritos de frijol con queso que ahora son tan populares).
Pero hubo un buen día (ese día tan lamentable) en el que se me hizo muy fácil preguntarle a la señora de Las Guamas: "Laurita, ¿me puede hacer unas quesadillas?" Quién sabe de dónde sacó la materia prima con la que me las preparó, pero me hizo mis quesadillas y yo confiadamente me las comí. Sin duda uno de los errores más grandes que he cometido en mi vida.
Pasé un fin de semana infernal. Fui al doctor y resultó que de alguna forma me había quedado sin flora intestinal. Durante un mes no pude ir a la escuela; no podía alejarme mucho del baño de hecho, porque todo lo que comía tardaba muy poco en salir, porque no había nada en mi intestino que hiciera el trabajo de procesar la comida. Mala experiencia. Tuve que consumir lácteos específicos para reclutar un enorme ejército de lactobacilos (sí, esos monstruitos que salían en los anuncios de Yakult) para revertir la deforestación de la que mi organismo había sido víctima.
El problema quedó resuelto, pero mi aparato digestivo jamás ha vuelto a ser el mismo. Cualquier alimento de dudosa procedencia me puede arruinar el día. Pero parece que yo no aprendo la lección y sigo comiendo porquerías cuando se me presenta la oportunidad, como el Doble. Ese Doble... también tengo que contar su historia.
El Doble
Hay un establecimiento frente a un parque de la colonia Del Valle (no recuerdo bien dónde, porque fui llevado a él en una madrugada después de la fiesta de cumpleaños de Caro) que a simple vista parece una pequeña taquería o una fonda cualquiera, but there's always more than meets the eye. En esa única ocasión que he ido, al momento que entré empecé a escuchar al personal del lugar ofreciendo platillos muy normales de taquería, pero todos los viejos lobos de mar que ya eran regulares visitantes, decían "no gracias, yo quiero un Doble". Por más que inquirí sobre el tan solicitado platillo, sólo me decían "tú pide uno y ya verás". Así fue como efectivamente pedí un Doble.
Eran como las 6 ó 7 de la mañana y mi ser moría de ganas de dormir, lo cual hizo que la espera fuera larga como el rollo de anuncios que actualmente ponen antes de las películas en el cine. Pero de pronto, pusieron un plato frente a mí y tuve ante mis ojos una criatura amorfa de color marrón con un aspecto repugnantemente escatológico. Como último chequeo y para asegurarme que no se tratara de una broma pesada, miré a mi alrededor. Todos en la mesa estaban comiéndose sus Dobles con deleite y premura, así que hice lo propio: tomé una tortilla y manufacturé mi primer taco de Doble.
Vaya sorpresa que me llevé cuando lo probé. Me autoproclamé fan del Doble. Una vez pasada la prueba, me explicaron que no era más que una mezcolanza de frijoles con huevo, pero yo sigo dudando de todo lo que pueda coexistir en ese coloide de apariencia tan extraña. El punto es que supo muy bien (aunque hay que tomar en cuenta el contexto en el que lo probé).
Pero obviamente al día siguiente la historia fue otra y maldije al Doble todo el día, especialmente porque estaba lejos de mi casa, en el festival Mxbeat en Toluca. Evidentemente el Doble no iba a pasar desapercibido por mi exánime digestión, pero en realidad el problema no llegó más allá de uno que otro retortijón.
Menos mal que no era martes.
12 comentarios:
me olvidé totalmente del martes de mezcal. ahh pero tenemos nuestr foto en feisbuk, a hue....
besos!!
(me gusta, me gusta, me gusta)
"el más martes de los martes" Manza acabas de crear una frase que pasará a la historia, en este preciso instante la anotaré entre las frases preferidad de mis conocidos and i love you for that...and for your unstable colon!
Two words: BRA-VO!!! Bueno.. es una...
Enorme! El más blog de los blogs!
P.S. Yo desde mi primer cruda de habas, tengo una enorme repulsión hacia las habas. Las habas son el diablo y maldigo al cavernícola que se le ocurrió comerlas por primera vez.
ok, ok, el doble puede verse lefty-asqueroso, lo admito, pero es un gran amigo en la peda! Todo el mundo debería comerlo!
La próxima vez (sí, es una amenaza, caerás de nuevo en las garras de las margaritas...) pide un sencillo!! jajaja
(Gran historia la de cómo doña Laurita te desfloró jajaja)
¿De dónde sacas que el mezcal no produce cruda?
La cruda depende principalmente de la cantidad no de la cualidad... como las habas.
Gracias por la cita bro. Aquí está el link
que cagado... la mayoria de las mortales perdemos la flor, jaja y ora resulta que el muchacho pierde la flora! jaja
pues va junto con pegado no? cuando tocan esas rachitas en ke el estomago anda de mirame y no me tokes y las vibras andan de pesadas. CHALE. pos nada mas ke aguantar como los machos.
ps.conmo demonios se te ocurrio comer esa cosa horrenda, seguro era el "doble" del senor mojon. guacala!!
fa por lo que eh escuchado creo que este ultimo miércoles de cruda de habas si que ha de haber sido muuuuy fuerte.. :I
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