Hace muchísimo que no escribía aquí. Supongo que parte de la culpa es atribuible a las malas jugadas que la programación de este sitio me jugó en mi última entrada, dividiéndola en dos tipografías e impidiéndome a toda costa su homogeneización. Pero era necesario escribir hoy, porque los azares de una inusual pieza publicitaria me llevaron a recordar un artefacto que estaba meticulosamente oculto en lo más recóndito del fondo del iceberg. Además, esta noche no tengo plan alguno que me haga abandonar el triángulo escaleno compuesto por la computadora, el escusado y el refri (todo lo demás que pueda necesitar está situado entre los tres vértices).
En las épocas doradas de la primaria era muy común escribir de alguna forma nuestro nombre en la portada de los cuadernos. No sé si la actual fobia exagerada al secuestro haya erradicado esta tradición, pero antes constituía la usanza regular. Ahora bien, todos alguna vez tuvimos un compañero (claro, a excepción de los que fueron ese compañero) cuyos cuadernos estaban etiquetados con unas cintas opacas horrorosas cuyas letras eran cuadradas, blancas y en una suerte de altorrelieve. Hoy me acordé de esa cinta (aunque no logro recordar quién era el compañero que las utilizaba) y propuse utilizarla en una pieza en el trabajo, lo cual resultó en una posterior investigación y rastreo del artefacto capaz de artificiar aquellas etiquetas que alguna vez consideré un esperpento y que, como sucede a menudo con las cosas en desuso, ahora ofrece cierta estética dentro de su fealdad.
Cabe aclarar que estoy plenamente conciente de que no descubrí nada nuevo. Sé que estas etiquetas se utilizan como elemento retro desde hace mucho tiempo y que hay millones de sitios de tipografías que ofrecen algo similiar. Incluso la filial "independiente" de una de las principales casas productoras de Hollywood tiene un logo que asemeja estas cintas. Sin embargo y a pesar de todo esto, nunca me había detenido a recordar esto. Dejemos de llamarlo "esto" o "cintas". Llamémoslo por su nombre. Este primitivo sistema de rotulación se llama "dimo". Hasta el nombre es tan retro que no puedo dejar de imaginármelo así:
Después de varios intentos fallidos en papelerías de mucha y poca monta, encontré un dimo sepultado entre los cachivaches de la casa de una tía. Qué bueno que hay tías que guardan porquerías. Lo mejor es que el aparato viste orgullosamente el nombre de la tía con una etiqueta creada por él mismo.
Mañana descifraré cómo funciona el dimo. Por lo pronto, cambio de estrategia. Ya surgió un buen plan. Adiós triángulo escaleno.
En las épocas doradas de la primaria era muy común escribir de alguna forma nuestro nombre en la portada de los cuadernos. No sé si la actual fobia exagerada al secuestro haya erradicado esta tradición, pero antes constituía la usanza regular. Ahora bien, todos alguna vez tuvimos un compañero (claro, a excepción de los que fueron ese compañero) cuyos cuadernos estaban etiquetados con unas cintas opacas horrorosas cuyas letras eran cuadradas, blancas y en una suerte de altorrelieve. Hoy me acordé de esa cinta (aunque no logro recordar quién era el compañero que las utilizaba) y propuse utilizarla en una pieza en el trabajo, lo cual resultó en una posterior investigación y rastreo del artefacto capaz de artificiar aquellas etiquetas que alguna vez consideré un esperpento y que, como sucede a menudo con las cosas en desuso, ahora ofrece cierta estética dentro de su fealdad.
Cabe aclarar que estoy plenamente conciente de que no descubrí nada nuevo. Sé que estas etiquetas se utilizan como elemento retro desde hace mucho tiempo y que hay millones de sitios de tipografías que ofrecen algo similiar. Incluso la filial "independiente" de una de las principales casas productoras de Hollywood tiene un logo que asemeja estas cintas. Sin embargo y a pesar de todo esto, nunca me había detenido a recordar esto. Dejemos de llamarlo "esto" o "cintas". Llamémoslo por su nombre. Este primitivo sistema de rotulación se llama "dimo". Hasta el nombre es tan retro que no puedo dejar de imaginármelo así:
Después de varios intentos fallidos en papelerías de mucha y poca monta, encontré un dimo sepultado entre los cachivaches de la casa de una tía. Qué bueno que hay tías que guardan porquerías. Lo mejor es que el aparato viste orgullosamente el nombre de la tía con una etiqueta creada por él mismo.
Mañana descifraré cómo funciona el dimo. Por lo pronto, cambio de estrategia. Ya surgió un buen plan. Adiós triángulo escaleno.